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jueves, 4 de junio de 2020

COSTUMBRES Y TRADICIONES DEL AGAETE DE PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX.


Las tradiciones y costumbres van cambiando con el paso de tiempo, unas  veces por influencias de los contactos con otros grupos que nos imponen las suyas o por la evolución del propio razonamiento humano. Esas costumbres y tradiciones, ya en desuso, no deben de ser olvidadas, forman parte de nuestra historia  y de nuestra cultura. 
Con esta entrada quiero hacer un viaje en el tiempo a aquel Agaete de primera mitad del pasado siglo XX, a través de recuerdos y del testimonio  de muchos ancianos, la mayoría ya fallecidos, otros que aún viven y que superan los 90 años de edad.

LOS PARTOS:
Los embarazos no tenían ningún control médico, las mujeres daban a luz  en las casas sin más ayuda que el practicante (enfermero), alguna mujer amañada a la que llamaban la partera o su propia madre.
Parto en casa.

Como eran tiempos de supersticiones, nada más nacer,  hasta el momento del bautismo, que tenía lugar en los dos o tres días posteriores al nacimiento, se colocaba debajo del colchón donde descansaba el neonato, unas tijeras abiertas en forma de cruz y una cinta roja, con el fin de que "el demonio y las brujas no causarán ningún mal  o algún vecino le hiciera mal de ojo al niño". Una vez bautizado, el traje de bautismo se colocaba con el mismo fin en la cabecera de la cuna del recién nacido durante unos días, como prueba de su cristianización y como amuleto contra "las fuerzas del mal".
Los padrinos del niño; si era primogénito eran los mismos de la boda y partir de ese momento pasaban a ser "compadres" de los progenitores. Cuando te encontrabas con ellos había que pedirle la bendición, con un "écheme la bendición", igual que a los abuelos y  a los ancianos en general, ellos te contestaban con un "dios te bendiga".
En los cuarenta días posteriores al alumbramiento, medio pueblo pasaba por la casa de la parturienta para conocer el niño. Se organizaban tertulias donde se cantaba, se bailaba y se transmitían los chismes del pueblo.
Si el niño lloraba y no se calmaba, se decía que tenía mal de ojo y se recurría a una "experta en rezados" para curarlo.
Uno de esos rezos que usaba mi madre es el siguiente:

Santa Teresa por la cabeza,
San Vicente por la frente,
Santa Lucía por los ojos,
San Agustín en la nariz,
Santa Apolonia en la boca,
Santa Bárbara en la Barba,
San Lorenzo en el pescuezo,
y Jesús por todo el cuerpo.
Así como María entró en Jerusalén, sal el mal del cuerpo de... (nombre del niño) y a la mar vaya a tener.

Si a continuación la santera bostezaba, "había mal hecho" y se procedía a rezar una serie de padrenuestros y avemarías, para sanar al niño.

LAS COMUNIONES:
Procesión del Corpus, Agaete 1918.

El pueblo era muy pobre, algunos niños hacían la primera comunión descalzos, otros con ropas prestadas de los más pudientes, no había regalos ni recordatorios, la celebración si tenía lugar consistía en una comida familiar. Un tío mío, que la hizo en los años treinta, nos contaba que comulgó de madrugada por vergüenza, no tenía zapatos, fue descalzo.
En los años sesenta del pasado siglo, cuando empezó a mejorar la economía de la villa, después de la comunión, por la iglesia y el ayuntamiento se organizaba una chocolatada en la plaza para todos los niños y padres.

LOS NOVIAZGOS:
La villa no tenía agua corriente en las casas, las mujeres jóvenes de las familias eran las encargadas de ir a por agua a la fuente de los "chorros" en el barranco, lugar donde se apostaban los muchachos para ligar, ver a su pretendida y acompañarla llevándole el bernegal hasta su casa. Por el camino se iba dejando caer el agua para que volviera otra vez a los chorros a llenarlo y poder estar más tiempo con ella. 
Si pretendías una relación formal había que pedir permiso al padre, si la autorizaba, la dejaba salir  a pasear  los jueves y los domingos. 
Entre semana como la mayoría trabajaba en los almacenes de empaquetado de tomates, las esperaban en la puerta para acompañarlas hasta la casa. Mientras los chicos esperaban fuera, ellas les cantaban coplas y canciones desde dentro:

Anoche me dio las doce empaquetando tomates, está noche me dará conversando con mi amante
Y le contestaban otras;
Si quieres que te lo diga ven aquí  y te lo diré ese novio que tu tienes son sobras que yo deje....

De la Habana vine navegando en un sartén solo para verte hocico de perigué.
y le contestaban;
En el fondo de mi caja tengo un durazno guardado

para pasártelo por los besos pedazo de demonio.


A las ocho de la noche sonaba un pitido anunciando la puesta en marcha del motor que daba luz eléctrica a la villa, como si de un toque de queda se tratara esa era la señal para que todas las chicas regresaran a su casa. A partir de esa hora si se quería ir al cine u otro lugar debían de hacerlo en compañía de una pareja casada o familiar mayor.
Los noviazgos eran largos, muchos años la mayoría. Mientras llegaba el día de la boda, las novias iban preparando su ajuar, consistía en ir reuniendo ropa de cama, sábanas, calderos y demás utensilios de uso común en las casas. Si había suerte y los padres tenían algo de dinero, se encargaba al carpintero la fabricación de un dormitorio y una mesa con cuatro sillas. El ajuar se terminaba de completar en los días previos a la boda con los regalos de los familiares y amigos, toallas, juegos de café, cuberterías, losa en general, cuadros,...

LAS BODAS: 
Todas por la iglesia, no podía ser de otra manera. Había bodas de primera, segunda y tercera, con su pago correspondiente. En los años cincuenta del pasado siglo, si eras pobre y no tenías para pagar los cinco duros que cobraba  el cura, no te abría  la puerta principal, tenías que entrar por un lateral de la iglesia. Dependiendo de lo que pagaras el cura se revestía  de una manera u otra, usaba monaguillos o no, si era una familia pudiente incluso venían varios curas de las localidades cercanas y se revestían con las mejores galas. En algunos casos si la pareja que se casaba había "vivido en pecado", tenían hijos fuera del matrimonio, etc., los casaba en la sacristía y sin más vestimenta que la sotana. Si la boda coincidía con luto familiar por la muerte de algún allegado y no había celebración, tenía lugar de forma discreta en la misa de madrugada, a las cinco o seis de la mañana. Si los de luto eran muy pudientes,  el cura los casaba en su domicilio.
La celebración del casorio tenía lugar en las casas, se hacía una comida un poco especial, se mataba una cabra si había, se hacían licores, dulces caseros y poco más.

LOS BAILES:
En las primeras décadas del siglo XX, se organizaban en las casas los bailes de taifas. Para ello se habilitaba una habitación, en ocasiones se sacaban los muebles a la calle para dejar libre la estancia. Me contaba mi abuela Nina que  las mujeres se colocaban en un lado  y los hombres en otro, separados por mesas, solo se podían dar las manos para bailar. Se cobraba una cantidad simbólica de dinero o en especie, para pagar la parranda y ayudar a la economía de la familia de la casa que lo organizaba.
Los hombres esperaban fuera e iban entrando por tandas, en la puerta un anciano les retiraba los cuchillos o naife que formaba parte del vestuario y se los devolvía cuando terminaba el baile para evitar "las desgracias", por los numerosos altercados que se formaban como consecuencia del consumo de vino, ron y las disputas por las mujeres.
Estos bailes fueron desapareciendo y transformándose en bailes oficiales con ocasión de fiestas y eventos, tenían lugar en los salones del antiguo ayuntamiento y en los casinos.
LOS ENTIERROS:
Llegado el final del ciclo de vida, había que enterrarlo y hasta para eso había clases. 
No habían llegado aún las funerarias a sablearnos. Cuando alguien moría,  fuese a la hora que fuese se avisaba al carpintero "Mastro" José Medina Perdomo, experto en cajas para enterramientos, la carpintería se encontraba frente de  la puerta del ayuntamiento por la calle Antonio de Armas.  Mastro José se trasladaba al lugar del cuerpo presente, colocaba el cadáver sobre una mesa, tomaba las medidas correspondientes y en un par de horas tenía lista la caja para el difunto. En los años cuarenta según facturas que consta en el archivo municipal, los precios por los servicios de "mastro José", oscilan desde las 78 pesetas (0,50 euros) de una caja rústica, a las 200 pesetas (1,50 euros) de una de mejor presencia forrada de tela negra.
Si eran tan pobre que no tenían ni para la caja rústica, ni eran capaces de recolectar entre los allegados para comprarla, existía una comunal en el cementerio, que una vez usada para el traslado, se volvía a guardar para el siguiente.
Cajas comunales.

Los entierros también eran una fuente de ingresos para la iglesia, según pagaras, había de primera, segunda, tercera o cuarta. Si no estabas bautizado porque no te dio tiempo o eras de otra confesión, no había ceremonia religiosa, te enterraban en un lugar llamado "limbo". En el actual cementerio el limbo estaba donde "Manue el sepulturero" vende las flores en la actualidad.
El velatorio tenía lugar en la casa del difunto, se exponía el cadáver en el salón o en la habitación más amplia, apartando los muebles a un lado. En la cocina se colocaba una botella de ron y una de anís, para que los hombres y mujeres se brindaran durante el acompañamiento. 
El enterramiento tenía lugar pasadas 24 horas del fallecimiento, no fuera que el supuesto difunto se encontrara vivo, como alguna vez sucedió en el siglo anterior cuando se enterraba sobre la marcha.
El medio para comunicar el fallecimiento era el toque de campanas a muerto, "doblar" decimos en Agaete, en otros lugares toque de gloria.
El siguiente paso era conducir el cadáver a la puerta de la iglesia, salía "con los pies por delante" (de ahí la expresión popular), salvo los sacerdotes y niños que solían salir al revés.
La comitiva dependía de la posición social y lo que pagaran a la iglesia. Si el entierro era de pobres o de caridad (cuarta), el cura lo esperaba en la puerta de la iglesia, con una capa de tela de sacos de azúcar, guano o harina, teñida de negro, con un monaguillo, una cruz simple y allí mismo lo despedía o lo acompañaba hasta la Cruz de los Caídos como mucho, doblaban las campanas tres veces y punto. Si era de segunda el cura y los monaguillos lo iban a buscar a la casa con cruz alzada y lo acompañaba  hasta "Las Chisqueras", actual gasolinera "BP". Si era de primera era todo un espectáculo, el cura iba varias veces al domicilio, entre cánticos, sahumerios, revestido de las mejores casullas fúnebres, hasta que al final entraba en la casa y sacaban el cuerpo, las campanas doblaban durante todo el ceremonial y lo acompañaba hasta el cementerio. Podías pagar un extra y venían varios curas de las localidades vecinas, así como carro fúnebre y otro para las coronas. En los años cincuenta, el famoso párroco D. Manuel Alonso Lujan, en los entierros de primera se ponía las gafas nuevas y el reloj de oro que le había traído su hermano de Cuba (testimonio de D. Tomás Martín).
El concilio Vaticano II, acabó con todas estas prácticas poco éticas y que hubieran hecho que el "hijo del carpintero", pusiera el grito en el cielo, nunca mejor dicho. 
Este tuvo que ser de primera con todos los extras.

En los días posteriores los vecinos se acercaban a la casa de finado para acompañar y rezar el rosario, los del Valle le  traían comida, café, azúcar, granos, etc., para hacer más llevadero el duelo a los familiares del difunto.

LOS TOQUES DE CAMPANA:
Las campanas despertaban al pueblo entre semana a las seis de la mañana, con el toque "del alba", 33 campanadas. Seguían los repiques de campanas anunciando la misa de siete de la mañana. Los domingos la misa era a las cinco de la mañana, por lo que desde las cuatro de la madrugada comenzaban el repique de campanas, un sin vivir, pero cualquiera se metía con la iglesia en aquellos tiempos.
Durante las misas se tocaban campanadas al alzar el cáliz y consagrar, si eran misas de difuntos se doblaba con toque de campana mayor y media. Si el cura necesitaba que el monaguillo de turno le hiciera algún recado, normalmente ir a por agua a la fuente de los chorros, tocaba cinco campanadas, el monaguillo debía acudir a la mayor brevedad a la casa del cura, aún estando en la escuela, los maestros rápidamente le daban permiso.
Colocación de las nuevas campanas 1963.


Los bautizos se anunciaban con diez campanadas medianas, en el momento  de recibir el agua bautismal se repicaba durante un rato, anunciando al pueblo el nuevo cristiano.
Cuando moría alguien lo primero que había que hacer era comunicar al cura que tipo de entierro quería y pagarlo. Según la categoría se doblaba más tiempo o menos tiempo, con la campana mayor y media. El de cuarta categoría tres toques de compromiso y el de primera todo el día doblando, hasta media hora seguida sin parar.
Con ocasión de sucesos imprevistos como incendios, otras calamidades o anuncios de proclamación de reyes, Papas, visitas ilustres, etc.,  se tocaba a rebato, para avisar a la población  de algo grave o novedoso. En resumen las campanas formaban parte y marcaban la vida cotidiana de la villa.

La mayoría de estas tradiciones se han perdido, es importante que no se olviden todas estas historias que formaron parte de nuestra cultura y han ido pasando de padres a hijos.


Testimonios de:

D. Tomás Martín.
D. Valentín Armas.
D. Matias Armas.
Doña Andrea Suárez (fallecida)
D. José Santana (fallecido)