En estas circunstancias la población de Agaete se tenía que
abastecer de todo en el mismo pueblo, la actividad económica y
comercial de la villa era muy superior a la actual.
En aquel Agaete de principios de la década de los sesenta
del pasado siglo, en los 45 kilómetros cuadrados de la Villa moraban 5.079
personas.
Las dos fábricas de calzados existentes, únicas en la isla,
daban trabajo a medio centenar de zapateros y se llegaron a confeccionar más de
doscientos pares de zapatos diarios.
El hotel Princesa Guayarmina, la embotelladora y el balneario de aguas termales de Los Berrazales ocupaban a otro medio centenar de personas. En la plaza de Tomás Morales teníamos dos estaciones de servicios o surtidores, un taller de reparación de vehículos en la calle Juan de Armas núm. 9. Los únicos tres restaurantes existentes se encontraban en Las Nieves, “La Granja”, con piscina incluida, “Antonio Melian” y “El Cápita”, todos de tercera categoría.
La riqueza principal y su mayor fuente de empleo era su agricultura; producía plátanos,
tomates y toda clase de frutas tropicales. Existían dos molinerías de grano que suministraba a la villa el gofio y se exporta a otros pueblos.
Dos industrias eléctricas abastecía la localidad de
electricidad en horas nocturnas, una pequeña industria de confección de prendas
de vestir, “la tienda nueva”, una sastrería, “Pipo”, cuatro alojamientos de
hostelería, doce explotaciones de aguas, seis carpinterías, dos herrerías, una
hojalatería, “Amante”, tres ferreterías, doce cafetines (bares), tres comercios de tejidos,
una industria pesquera artesanal que emplea un centenar de personas, media
docena de barberías, otra tantas de panaderías, cuarenta y seis comercios de comestible en
general y alguna industria más que se me queda atrás.
LAS 46 TIENDAS DE ACEITE Y VINAGRE:
El vocablo “aceite y vinagre”, era la denominación oficial que se hacía a ciertos pequeños comercios desde el siglo XIX, a efectos de su clasificación en el pago de impuestos, si bien la
costumbre antigua de dividir las tiendas en dos, una parte donde se vendían los alimentos y otra donde se despachaban las copas y el enyesque a
los hombres, mientras sus mujeres efectuaban la compra, ya que según los
cánones de la época, eran los varones los que manejaban el dinero, pagando al
final las viandas y la bebida, derivó en llamar “aceite” a la parte de venta de
comestibles y “vinagre” a la de las copas, como decía "Pepe Monagas"; “mita
tienda y mitad cafetín”. Situadas normalmente en una habitación de las que
daban a la calle de la propia vivienda habitual del propietario, eran además un lugar de
encuentro de los vecinos.
Los comercios y tiendas eran conocidos por los nombres o apodos de quienes los regentaba. Así sucedía, con la tienda de; “Sofiita”, “Gerardo”, “Juan de Plácida”, “Luis el de Sinforosa”, el "cafetín" del “capote”, el de “José el de María Pepa”, “el cisca”, etc.
Eran tiempos de honradez y confianza, donde la sola palabra
bastaba, se compraba a “fíao”, el “apúntemelo en la libreta” era la palabra y
el único documento válido, la libreta donde se anotaban las deudas. Se pagaban
cuando el esposo cobraba a fin de semana, mes o cuando finalizaba la zafra y se
liquidaba con los empresarios tomateros, el trato era muy personal y el contacto directo, todos se conocían.
Tienda del Ruano o tienda de Tina, Casas del Camino, Valle de Agaete (Proyecto Islanders, fotógrafo Rubén Grimón).
Algunas de aquellas pequeñas tiendas no tenían nada que envidiar
a una gran superficie, salvando las distancias, se podía comprar de todo; desde
unas alpargatas a una cubertería, desde millo para las gallinas a gofio, pasando por toda clase de utensilios, petróleo para las cocinillas,
tabaco, jabón, aceite, etc., todo a granel.
Según la temporada; las máscaras de cartulina o cartón en carnavales, en navidades; las figuritas para el belén, juguetes, los polvorones, las almendras rellenas, que los niños de la época le llamaban “lo mejor del mundo”, una pala o un pequeño balde de plástico para la playa en verano, los libros de las comuniones y rosarios en mayo...
En mi memoria aún recuerdo los aromas de esas tiendas, olores a
chorizo de Teror, tocino salado y morcillas que colgaban dentro de expositores
de cristal, el olor repelente a pescado o sardinas saladas dentro de aquellos barriles.
Sobre los mostradores, garrafones de amplia boca, llenos de aceitunas o una
enorme calabaza de donde se iban cortando los trozos que pedían los clientes. Olor
a aceite rancio y petróleo, olor a queso viejo, olores imborrables.
Se podría decir que había una tienda en cada esquina, empecemos con
el recuerdo de las del Valle; entrando por las cuevecillas nos encontrábamos las
tiendas del “Chambu”, la de “Sarapita” y la de “llallé”, madre de Tinito, “al
que le gustaba asistir a todos los entierros y al de él no pudo ir”. Luego ya
en la plaza la tienda de Angelito, más adelante la de “Juan el rabioso” y la de
Francisco Suárez. En la Vecindad destacaba la tienda de “Ñoño”, que además era
contratista, realizó la estructura de la actual sociedad, Ñoño compraba a 1,50
y vendía a 1 peseta, para joder a los demás, en el mismo barrio la tienda de
José el de Ramona, Antoñito González y alguna más. En el lomo; Mercedita “la
poilla”, los “Ruanos” en las Casas del Camino, en total una docena de tiendas
para atender una población de 1210 personas del caserío en 1960.
En el casco urbano se localizaba la mayoría de las tiendas
de la localidad, algunas las llegué a conocer. Entrando al pueblo, por la calle León y
Castillo; la tienda de “Sofiita y Cristóbal”, había que tener cuidado con la
pequeña puerta y agacharse para entrar, más de uno se dejó allí la frente. Al
ser cuñada del alcalde Andrés Rodríguez era “la tienda oficial del ayuntamiento”,
así lo demuestra una de las libretas y las cuentas donde se apuntaban los “fiaos”.
En la plaza; la tienda de mi tío Chano Evaristo, más tarde regentada por sus hijos Andrés y José, por razones familiares donde hacía la compra mi madre. La tienda de Lasito y Antoñito, actual bar “el Perola”, con surtidor de gasolina en la calle. En la plaza de Tomás Morales destacaba la tienda de “Juanito el curro y Magdalenita”, auténtico centro comercial, con oficina de correos en el interior y surtidor de combustible en la calle, además traía la prensa diaria, revistas, para los más pequeños TBOS que llamábamos “chistes”, material escolar, se recogían carretes de fotos para el revelado, se vendía lotería, etc. Si ibas con el bebé a la compra, Magdalenita lo pesaba en la misma balanza en que pesaba las viandas y lo apuntaba en un papel para ver si aumentaba o iba para atrás, lo hacía sin mirarlo, porque se decía que tenía “fuerza de vista” y le hacía mal de ojo.
En la calle José Sánchez; la tienda de María Pepa, la de Lolita la de mastro Juan, la de Nieves la costera, la de Miguelillo el de “saballito”...
En la calle de la Concepción; la "Bermeja", Felicita y Demetrito, la de “Antonio el naranjero”, la de Juan María y en la actual panadería la esquina, la tienda de Seña María Escolástica, regentada por sus hijos Paco y Rafaela. Esta tienda por cercanía a mi casa me trae muchos recuerdos, habían tantos trastos colgados por todas partes que no se veían las paredes, escobas, calderos, ristras de estropajos de esparto, palanganas, cocinillas, alpargatas, etc., en el piso solo se veía un pequeño pasillo por donde se movían la gente, el resto estaba lleno de toda clase de cacharros, baldes y baños metálicos, sacos de millo, papas, etc., enfrente las tiendas de “Pinito Herrera”, la de Andreita Lugo, “la poilla”, y la de Salvador y Edita.
En “la Villa arriba”; la de Pepito Armas, la de Maquita la del Panchó, la tienda de Luis el de Sinforosa, auténtico
emprendedor diríamos hoy en día; fabricaba sus propios caramelos, pirulines, polos, además de lejías, jabones y otros productos, y si se te ofrecía; te cortaba el pelo o te afeitaba, vaya hombre más apañado, un "manitas", su hija Dalia continuó con el negocio hasta que las fuerzas la acompañó.
En la calle el Carmen la tienda de Juan de Plácida. Guayarmina arriba; la tienda de Graciliano, la de Juan José, la de Carmen la Justa, la de
Jesús la del Cisca, la de Salvador el
curucusa, la de Juan Arteaga, la de seña Bárbara, la de Matías el Palomo, la de seña
Pepa la de Juan Calvario, la de mano José, la de María Boza, la de Periquito el
Guerrero, la de Andreita, la de José el de Elvira (padre de Pepe Dámaso) en el actual local de quinielas y loterías, la
de Luciita, la de Gregorio “el cochino”, …
En San Sebastián; destacaba la de Gerardo, otro auténtico supermercado, en un pequeño habitáculo donde parecía imposible moverse en el interior, apenas sobresalía la cabeza de Gerardo y su sobrino “Tillo”, había de todo, ni los techos se veían de la cantidad de cosas colgando que había. Lo que no encontrabas en ninguna otra tienda, seguro que Gerardito lo tenía, sino, él te lo traía, a los de San Sebastián los atendía por una ventana en la parte trasera de la vivienda.
Ya en pleno corazón del Santo, la de Miguel el hermano de Gerardo, la de Juan el de María Cruz, la tienda de Purita, celebre para la chiquillería de aquellos años por sus tambaras y otras golosinas por la festividad de San Sebastián.
En el Hornillo, la tienda cueva de Enrique, en el Risco la
de Perdomo y la de Paca. En Las Nieves la tienda Cesarita, la de Pinito la borriquera, la de José Ramón y la de Antonio
Melian.
Y muchas más que se me quedan en el tintero, hasta
contabilizar las 46 documentadas.
A finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo XX, a medida que en la vecina Gáldar iban apareciendo los supermercados que te traían la compra a la casa, y con los que no pudieron competir los pequeños comercios del pueblo, fueron desapareciendo la mayoría de estas tiendas.
Y hasta aquí mi modesta visión de lo que fueron, no hace
tantos años, las tiendas de aceite y vinagre de nuestra villa, que formaron
parte de nuestra historia y nuestra cultura, que con su labor y el: "se lo apunto en la libreta y págueme cuando pueda", dieron facilidades para que las clases trabajadoras y menos pudientes, pudieran llenar el caldero cada día.