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lunes, 3 de septiembre de 2018

LA AVARICIA, EL MACRO MUELLE Y LA FELICIDAD.

Puerto de Las Nieves, familia de Matías Armas Saavedra, (facebook?).

Hace más de cien años un joven periodista apellidado Jiménez Martínez, publicó el 26 de junio de 1900, en un semanario de Tenerife la siguiente  narración dramática, ambientada en el Agaete de principios del siglo XX, que debió conocer, con una moraleja al final que hoy en día podemos aplicar a la ampliación prevista del muelle actual. La crónica no deja el casco de la villa en buen lugar, si el Valle, debe de ser porque en 1900, ya estaría en plena efervescencia el pleito local entre el Valle y Agaete o tal vez el insular al tratarse de la prensa chicharrera:

"Agaete no tiene nada de pueblo bonito. Las calles todas empinadas y empedradas, la plaza o pequeña alameda desnuda de árboles y cuyos muros se encuentran actualmente medio derruidos y  desencalados, la iglesia, aunque acabada de fabricar, fea y que más que iglesia parece un palacio de tiempos atrás: todo presenta en la antigua villa un aspecto de pueblo pobre y miserable, donde se rinde demasiado culto al dios Baco y donde la religión de sus habitantes es la maldita pereza que les hace tender en mitad del arroyo, formando círculos y casinos improvisados, donde con lengua inhumana se rasga la honra y el honor del desgraciado ser, mujer u hombre, que recorra las calles donde ellos se encuentren (en esto último seguimos igual).
Pero todas estas malas cualidades que hacen antipático a cualquier pueblo, quedan olvidadas desde que el viajero, saliendo de aquel centro de vicios y corrupción, llega al precioso Valle de Agaete.
El Valle años treinta del pasado siglo.

Rodeado éste por unos enormes riscos, medio verdes y medio azules, es tan fecundo en producir, que sin miedo a ninguna de las cuatro estaciones del año, aparece siempre vestido de las preciosas galas de que le dotó la pródiga naturaleza. Y subiendo siempre, dejando atrás la tierra que abrió el arado y removió la azada del labrador, se llega a la tierra alta, bajo el pinar montañoso, donde los pinos que se abrazan, las higueras que culebreando se extienden por el suelo, los naranjos que muestran su dorada y deliciosa fruta y los cidros, que despiden el aroma embriagador de sus verdosos vástagos, forman un bosque grande y hermoso, en cuyo interior alguien, para gozar de tanta delicia, fabricó una casita blanca y limpia, habitación de dicha y felicidad. En ella sueñan, más que viven Juan del Rosario y Soledad Suárez, que se habían casado hacía un año, y que para abandonar el pueblo donde no se  conocía más que el infortunio, construyeron las cuatro paredes en medio de tantos árboles y flores.
Sin duda serían muy felices. Aquí no cogería él las borracheras de meses atrás, ni ella le diría con aquella moña que se daba las porquerías que le decía en otro tiempo. -Mira, tú sigues recogiendo los frutos y llevándolos al pueblo, los vendes en la recoba a como te dé la realísima gana, compras el gofito toitos los días y yo jago aquí queso, que pa eso da leche la rusia y la zajonáa (cabras). cuando te vuelvan a dicir tus amigos que te vayas pa bajo, mándalos al cuesno, que pa ná los necesitas.
Pero el diablo que en todo se mete, llegó también a romper los lazos de dicha con que estaban anudados en medio del hermoso bosque, entre las cuatro paredes de la casita blanca, Juan del Rosario y Soledad Suárez.
Mientras más tenían, más querían, y avaros en todo, llegaron a arrancar los árboles del bosque para hacer leña y venderla en el pueblo. Al golpe del hacha cayeron los pinos, rodaron las higueras y los naranjos, y cortados los cidros, ya no se aspiraba el aroma delicioso de sus frutos. Un día el sol cayó sobre las flores y las plantas de la llanura, secándolas, matándolas, porque ya los árboles no las protegían con sus ramas y faltó la yerba y no dieron más leche la rusia y la zajonaa.
Finca de Samsó, Tamadaba años cuarenta del pasado siglo, cuando la extracción desordenada de madera casi arrasa el pinar.

Y otro día Juan del Rosario llegó de la tierra baja sin dinero y ebrio, sentó sobre la cara de su mujer los cinco mandamientos por quítame allá esas pajas, y Soledad, enfurecida, hizo pedazos una cacerola en la cabeza de su marido. Juan volvió a darle con manos y pies, y Soledad hundió en el corazón de él el cuchillo con que pelaba las papas y loca salió de la casita blanca, echó a correr ciega de coraje y rodó peñas abajo hasta caer en el abismo, destrozada, muerta, mientras el viento impetuoso arrastraba la casita pequeña y blanca, que ya no estaba al amparo de los árboles y mientras se morían de hambre la rusia y la zajonáa."
Desde el Puerto de las Nieves a el fondo del valle, pasando por Tamadaba, la avaricia es enemiga de la felicidad.
Sustituyamos los árboles y plantas, por el mar, el paisaje, los senderos y nuestras playas, a la rusia y la zajonáa por la tranquilidad, la agricultura ecológica, lo pintoresco de nuestro entorno o el turismo ordenado, a Juan y Soledad por los que no escuchan al pueblo, los que especulan con el entorno, por el cemento sin ton ni son..., porque ademas de ser enemiga de la felicidad, la avaricia también rompe el pueblo, digo el saco...
NO EN MI NOMBRE:

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