En la calle San Germán, a unos cien metros del cruce con la calle Guayarmina, en el lado del barranco donde comienza el camino vecinal hacia Tamadaba, se encuentra una enorme piedra que antaño tuvo sobre sí una pequeña cruz. Hoy, esa cruz ha desaparecido. Como muchas de las cruces que salpican nuestros caminos y senderos, esta estaba vinculada a la muerte —en este caso, a la muerte violenta de una persona en aquel mismo lugar.
Sobre este crimen circulan diversas versiones; sin embargo, la más conocida, y la única que quedó recogida por la prensa de la época, es también la más romántica. Es precisamente esa la que paso a relatar a continuación.
La madrugada del 30 de mayo de 1904, se cometió un asesinato en dicho lugar, conocido por las crónicas periodísticas de la época como: el “crimen del sargento”.
La Cuarta Compañía del Primer Batallón del Regimiento Valencia nº 23 fue desplegada en Agaete, compuesta por unos cien hombres. Entre ellos destacaba una figura singular por su aspecto de ojos rasgados y su origen chino-filipino: el sargento Tito Aguinaldo Salvador, un hombre curtido en las batallas contra los insurgentes de sus islas.
Tras la retirada española de Filipinas, Tito decidió no quedarse en su tierra natal. Fiel a la bandera bajo la que había servido, se alistó en el ejército español y regresó a la península junto a los conocidos como “los últimos de Filipinas”. Su antiguo regimiento fue licenciado tras la finalización de los conflictos coloniales en 1900, pero él volvió a incorporarse a otra unidad militar, continuando su carrera como soldado.
El sargento Tito Aguinaldo, de apenas 24 años, fue descrito por la prensa de la época como sobrino del que fuera primer presidente de Filipinas, Emilio Aguinaldo, según recogía el Diario de Tenerife del 4 de junio de 1904.
Según relatan las crónicas, Tito Aguinaldo era un hombre de carácter afable, aunque la prensa de la época recoge algún altercado ocurrido durante su estancia en Madrid, entre un alistamiento y otro.
En Agaete, Aguinaldo se ganó pronto la simpatía de los vecinos. El sargento se había enamorado de una joven residente en la calle San Germán, de la que quedó prendado nada más llegar al pueblo. El afecto parecía ser correspondido, aunque con la férrea oposición de su hermano, Juan Godoy Sosa, de oficio borriquero, conocido en la localidad por el apodo de “Juan Cebolla”, reputado por su mal genio. Este ya había provocado serios conflictos familiares debido a su enemistad con el filipino.
La noche del 30 de mayo de 1904, Tito Aguinaldo se dirigía a la calle San Germán para visitar a su amada cuando fue interceptado por Juan Cebolla y un grupo de amigos. Le cerraron el paso, burlándose de él por su aspecto asiático y llamándolo de forma despectiva “tagalo”, término con el que los españoles solían referirse a los naturales de Filipinas. Entre insultos y pedradas, el sargento perdió la paciencia, aunque optó finalmente por retirarse.
Se dirigió entonces al campamento donde se encontraba su Compañía, tomó su fusil reglamentario Mauser, un peine de cinco cartuchos y, hacia las dos de la madrugada, regresó sigilosamente a la calle San Germán.
Según la tradición oral, Juan Cebolla se encontraba aquella noche apoyado en una gran piedra —aún visible hoy en el borde derecho de la calle San Germán, justo donde comienza el camino hacia Tamadaba—. Desde allí, el sendero desciende por el barranco de Agaete en dirección al estanque de los Manrique y la era del Lomo el Manco. Juan, como solía hacer, se hallaba tranquilamente fumando un cigarro de picadura.
Aguinaldo, conocedor de aquella costumbre, se apostó en la oscuridad de la noche. Experto tirador, curtido en mil batallas en su Filipinas natal y en la guerra de Cuba, aguardó pacientemente el momento oportuno. Solo tuvo que esperar a que Juan Cebolla apurara una calada profunda para que el resplandor de la brasa del cigarro delatara su posición. Entonces, con precisión letal, le disparó, alcanzándolo en la cabeza, y lo remató con cuatro disparos más.
Tras el crimen, Tito Aguinaldo Salvador abandonó el lugar y, según relatan las crónicas, regresó al cuartel, donde se acostó a dormir con total serenidad.
A la mañana siguiente, una vez descubierto el cadáver y tras las declaraciones de los amigos del difunto, el Capitán de la Compañía ordena el arresto del sargento, personándose en Agaete el Coronel del Regimiento Valencia 23, que se encontraba en Guía, instruyendo las diligencias sumarias el teniente del regimiento, D. Ramón Lias Coll.
Lo que ocurrió con el sargento Aguinaldo tras su detención es un misterio. No existen registros precisos sobre su destino, aunque es probable que fuera trasladado a la prisión militar del Castillo de San Francisco, en Las Palmas de Gran Canaria. Todo apunta a que fue sometido a un consejo de guerra sumarísimo, condenado y, muy posiblemente, ejecutado, tal como solía dictar la justicia militar de la época.
Mientras tanto, la Cuarta Compañía del Regimiento Valencia continuó con su rutina en Agaete. A pesar del trágico suceso, los soldados participaron con normalidad en las fiestas de Nuestra Señora de las Nieves de aquel mismo año, 1904, como así lo reflejaron las crónicas periodísticas de entonces.
“El día 5, la comitiva que acudía al encuentro(de la Virgen) el M. I. Ayuntamiento y el Sr. Capitán de este destacamento, con la banda del regimiento de Valencia y la tropa que reside en esta población. Entretanto los espacios repercutían sin parar por el numeró incalculable de voladores que se disparaban. El día 6, á las 10 hubo Misa solemne, oficiando el Sr. Cura Párroco asistido del Sr. Cura de Artenara y el Sr. Servidor de esta Parroquia. Asistió á la misma la autoridad civil y militar, representación de la Junta de festejos y marinos: la concurrencia fue extraordinaria. Un terceto de la banda del Regimiento de Valencia con la brillantez que distingue á los Individuos que forman parte de la misma, interpretó una de las misas de Bordesse, con acompañamiento de clarinete y bombardino.” (Diario Oficial del Obispado de Canarias, nº 2, de agosto de 1904)
Además de la versión publicada por la prensa de la época, la tradición oral conserva distintas versiones de los hechos, menos románticas y más crudas que la recogida en los periódicos. Según estos relatos, en las proximidades del lugar del crimen existía una casa de citas, donde varias mujeres ejercían la prostitución.
Algunos testimonios aseguran que en aquel prostíbulo eran frecuentes las reyertas entre vecinos y soldados, y que una de esas disputas habría sido la que terminó con el trágico final de “Juan Cebolla”. Otras versiones, en cambio, señalan que el propio Juan, cansado del constante trasiego de militares, habría intentado impedir el paso al sargento Tito Aguinaldo, acompañado de unos amigos y bajo los efectos del alcohol, insultándolo y lanzándole piedras.
El resto de la historia —el encuentro, la venganza y su fatal desenlace— coincide en todas las versiones que han llegado hasta nuestros días.













