miércoles, 18 de octubre de 2023

UN PUEBLO CON POCAS LUCES, LA HISTORIA DEL "MOTOR".

 

Fíjense si es importante la luz eléctrica, que lo primero que dijo Dios cuando creó el mundo fue; “Haya luz” y hubo, aunque a Agaete tardó unos cuantos años en llegar, concretamente a finales de la década de los años veinte del pasado siglo cuando, don Juan García Rosario decide montar una "fábrica de electricidad", y comienza a hacerse la luz en la entonces oscura villa. El 1 de enero de 1938, el negocio es traspasado a don Segundo del Rosario Jiménez, tras su regreso de Cuba con algunas “perras” ahorradas.
Hasta esos años Agaete era un pueblo “con pocas luces”, además de la farola del mar, en la punta del viejo puerto, que en el crepúsculo encendía el guarda muelle, sirviendo de faro en las noches oscuras a las embarcaciones y pescadores, solo había unas pocas lámparas en las calles más céntricas; alimentadas con brea en un principio y más tarde con aceite, carburo y un derivado del petróleo que en Canarias llamaban belmontina, siendo el encargado de encenderlas el “sereno municipal”.


La farola del mar, en la punta del muelle viejo (FEDAC).

Con ayuda de ingenieros y técnicos alemanes, poco a poco la electricidad se fue extendiendo por el casco urbano de la villa. Una anécdota de esos primeros momentos que se hacía la luz en el pueblo, una lámpara por casa, me la contó mi abuela Nina; su abuelo, ya anciano en aquellos años, la noche que vio por primera vez un bombillo encendido, asombrado por el invento y la novedad, lo primero que hizo después de preparar la cachimba con tabaco bien picado, fue arrimarla a la lámpara encendida, pasado un rato como vio que el tabaco no se encendía, le dijo a su hija; María el Pino, ya nos engañaron, esto no sirve.

En agosto de 1930, el ayuntamiento hace un desembolso extra de 500 pesetas para electrificar la remodelada plaza de la Constitución.



Durante la convulsa década de los años treinta del siglo XX, la central fue creciendo y haciendo clientes, a pesar de que solo ofrecía luz eléctrica unas horas al día, desde el crepúsculo hasta la medianoche.

La rentabilidad del negocio no era muy buena, las continuas averías, al tratarse casi todo el material de la central de segunda o tercera mano, el encarecimiento del gasoil por la guerra civil y guerra mundial posterior, la falta de repuestos, el intervencionismo del estado en las tarifas  aplicadas a los clientes, etc., produjo un enfrentamiento continuo entre el propietario, “Segundito”, y las autoridades locales que no estaban de acuerdo con el servicio que estaba dando.


Tarifas de la central eléctrica de Agaete 1934

A principios de 1940, como medida para aliviar el elevado coste de la central, Don Segundo Rosario propone a las autoridades que le concedan autorización para colocar un molino de trigo y millo, colindante con la nave donde está los motores, aprovechando los mismos para la molienda, así como por la junta de abasto se le provea del trigo y millo suficiente para abastecer a los términos municipales de Gáldar, San Nicolás y Agaete. Para lo que dispone de una camioneta de su propiedad con matrícula nº 5688, con capacidad de 3000 kg.
Plano de la central años cuarenta del siglo XX.

El servicio tiene muchas deficiencias y averías constantes, en especial el del alumbrado público que, en 1946, está compuesto por 32 bombillos y solo funcionan 18, por lo que el alcalde Don José Armas Galván, le llama la atención a “Segundito” en reiteradas ocasiones mediante requerimientos por escrito, llegando a acusarlo de “rebeldía, desobediencia a la autoridad” (APM nº 1048 de 5/11/1947) y de resistencia pasiva a los mandatos de la autoridad. En su descargo, Don Segundo manifestó que hace lo imposible para conseguir materiales eléctricos en condiciones y a precios accesibles, así como que no puede contratar personal técnico especializado por no haber en la localidad y traerlo de fuera resultaría muy caro. A su vez, el propietario le echa parte de la culpa a la deuda que, desde 1935, mantiene el ayuntamiento con su empresa, “unas ocho mil y pico de pesetas” por el alumbrado público que suministra. Dado que el ayuntamiento le acusa de los daños y del fundido de los bombillos de la iluminación pública, por los vaivenes de la potencia eléctrica y a la mala calidad del tendido. Don Segundo, en su descargo, los achaca a la mala calidad de las luminarias usadas por el consistorio, que además usa portalámparas de interiores no actos para lluvia y viento en la vía pública.

En los años de máximo esplendor de la industria, principios de los cincuenta del pasado siglo, la central eléctrica tenía una potencia de 31,50 kv. Y la producción utilizada no pasaba de 43.470 kw-hora al año, por lo que la rentabilidad con los precios establecidos por las autoridades no era nunca del agrado del empresario, “escapando” según Segundito, por la molinería adjunta que funcionaban con el mismo motor que producía la electricidad, un viejo Ruston Hornsby, nº 164578, de 38 caballos.

La molinería, por falta de “granos” debido al racionamiento, trabajaba con intermitencias, no pasando de unas 1500 horas al año, produciendo, entre otros, un gofio que se envasa con la marca comercial, muy agaetense; “Nuestra señora de Las Nieves”, muy apreciado en toda la isla.



Aún se puede observar en muchas viviendas de la villa los viejos aislantes de porcelana donde se enganchaban los cables del antiguo tendido eléctrico.

La central estaba situada en la calle “San Juan”, esquina a la calle “Estanco” de la localidad, de ella partían dos líneas que suministran la electricidad a las viviendas y al alumbrado público del pueblo; una hacia la “villa arriba” y otra hacia “villa abajo”. 
Una de las líneas, la que suministraba electricidad a la villa abajo, pasaba por el frontis de mi casa en la calle Guayarmina nº 5. En una ocasión, siendo un niño, me había fabricado una caña de pescar. Después de pasarme un buen rato buscando la caña adecuada en el barranco, haber comprado unos metros de tanza y un anzuelo en la tienda de ”Gerardito”, preparado una boya con un corcho de una botella, solo me faltaba el plomo para completar mi aparejo. Sabiendo que el plomo que hacía la función de fusible de la línea eléctrica estaba en la esquina de mi casa, accesible desde la azotea y que durante el día no había electricidad, no se me ocurre otra idea que quitar los diez o doce centímetros de plomo de la línea y marcharme con los amigos a la pesca de cabozos y gueldes en los charcos de las salinas, entonces abundantes. Cuando regreso, ya anocheciendo, con mi caña al hombro, lo primero que veo es medio pueblo a oscuras, a Hilario (el empleado de la central eléctrica) en la puerta de mi casa con la escalera al hombro, como era habitual en él y a mi madre con la zapatilla en la mano, lo demás ya se lo pueden imaginar.



La vieja central, hoy solo unas ruinas.

El número de empleados que tenía en los años cincuenta del pasado siglo la empresa eléctrica era; un encargado técnico, un montador, dos oficiales de 2ª y un oficial administrativos por horas.

El 2 de mayo de 1964, un ingeniero de la delegación de industria de Las Palmas, se persona en la central y levanta acta de inspección en los siguientes términos:

1) Siguen sin timbrar las botellas de aire comprimido.
2) La red eléctrica de suministro y la instalación eléctrica interior está en condiciones antirreglamentarias.
3) Los dos motores RUSTON están instalados clandestinamente.

Y unas cuantas irregularidades más, según el acta, las conclusiones son que dan dos meses para poner al día la industria o se procederá a su cierre total.

No sabemos cómo, probablemente industria no se atrevió a ordenar el cierre y dejar el pueblo a oscuras, lo cierto es que Segundito siguió aguantando unos años más, con avería día sí y día también, días enteros si luz continuamente.




Recuerdo siendo un niño estar en cine, irse la luz con la consiguiente algarabía del público y el empresario cinematográfico, Don Alberto, mandarte al cercano “motor” que era como llamábamos a la central; niños vayan al motor y pregúntale a Segundito cuanto va a tardar en arreglar la avería, corriendo cuesta Guayarmina arriba nos dirigimos al lugar y le peguntábamos a Segundito; dice don Alberto que cuanto va a tardar en reparar la avería. Don Alberto terminó por comprar un motor que colocó en la parte baja del cine, actual biblioteca, poniéndolo en marcha cada vez que había una avería, lo mismo hicieron en la sociedad La Luz y muchos particulares en aquellos años.

En 1968, hay una oferta por parte de don Juan Miranda, propietario de la central de Gáldar para traer la electricidad a Agaete, y un proyecto de don Segundo para construir una nueva central por cinco millones de pesetas. Ese mismo año se adjudica a la entonces compañía estatal de electricidad Unión Eléctrica de Canarias (UNELCO) un proyecto para llevar la energía desde Santa María de Guía a Gáldar y Agaete y electrificar la villa por un total de once millones y medio de pesetas, por lo que Segundito viéndolas venir, dejó de invertir en su “fábrica de electricidad” y las averías y apagones era la normalidad del pueblo.

A principios de los años setenta del pasado siglo, Segundito dijo; Hasta aquí llegué, ya no reparo los motores más y echó el cierre, dejando durante unos cuantos meses el pueblo a oscuras total, hasta que la UNELCO, la compañía pública de electricidad fue desplegando su red eléctrica por la villa. Al Valle fue el último lugar en llegar, completandose la electrificación de la localidad en el año 1975.

Hoy en día no podríamos vivir sin electricidad, falta unos minutos y nos volvemos locos, para la mayoría siempre ha estado ahí, pero muchas generaciones de agaetenses sí conocieron esos tiempos de olor a petróleo, de linternas y candiles que marcaron una época, un tiempo donde teníamos que estudiar a la luz de una vela, ese tiempo se ha convertido simplemente en memoria del pasado, en historia del pueblo afortunadamente.



jueves, 8 de junio de 2023

TIENDAS DE ACEITE Y VINAGRE, AGAETE 1960.

 

La tienda de "Dalia", heredada de su padre, Luis Jiménez, una de las últimas que sobrevivió en el casco urbano de Agaete. En la foto Dalia y su hermana Fori (D.E.P.s).

Hubo un tiempo no muy lejano, en que la gente no tenía coche ni facilidades en el transporte público para desplazarse como hoy en día, las distancias y las carreteras eran otras, la capital se encontraba a 49 kilómetros por una tortuosa vía, solo se viajaba en caso de necesidad.

En estas circunstancias la población de Agaete se tenía que abastecer de todo en el mismo pueblo, la actividad económica y comercial de la villa era muy superior a la actual.

En aquel Agaete de principios de la década de los sesenta del pasado siglo, en los 45 kilómetros cuadrados de la Villa moraban 5.079 personas.

Las dos fábricas de calzados existentes, únicas en la isla, daban trabajo a medio centenar de zapateros y se llegaron a confeccionar más de doscientos pares de zapatos diarios.

Fábrica de calzados Armas de Agaete, años cuarenta del siglo XX.

El hotel Princesa Guayarmina, la embotelladora y el balneario de aguas termales de Los Berrazales ocupaban a otro medio centenar de personas. En la plaza de Tomás Morales teníamos dos estaciones de servicios o surtidores, un taller de reparación de vehículos en la calle Juan de Armas núm. 9. Los únicos tres restaurantes existentes se encontraban en Las Nieves, “La Granja”, con piscina incluida, “Antonio Melian” y “El Cápita”, todos de tercera categoría.

La riqueza principal y su mayor fuente de empleo era su agricultura; producía plátanos, tomates y toda clase de frutas tropicales. Existían dos molinerías de grano que suministraba a la villa el gofio y se exporta a otros pueblos.

Dos industrias eléctricas abastecía la localidad de electricidad en horas nocturnas, una pequeña industria de confección de prendas de vestir, “la tienda nueva”, una sastrería, “Pipo”, cuatro alojamientos de hostelería, doce explotaciones de aguas, seis carpinterías, dos herrerías, una hojalatería, “Amante”, tres ferreterías, doce cafetines (bares), tres comercios de tejidos, una industria pesquera artesanal que emplea un centenar de personas, media docena de barberías, otra tantas de panaderías, cuarenta y seis comercios de comestible en general y alguna industria más que se me queda atrás.



LAS 46 TIENDAS DE ACEITE Y VINAGRE:

El vocablo  “aceite y vinagre”, era la denominación oficial que se hacía a ciertos pequeños comercios desde el siglo XIX, a efectos de su clasificación en el pago de impuestos, si bien la costumbre antigua de dividir las tiendas en dos, una parte donde se vendían los alimentos y otra donde se despachaban las copas y el enyesque a los hombres, mientras sus mujeres efectuaban la compra, ya que según los cánones de la época, eran los varones los que manejaban el dinero, pagando al final las viandas y la bebida, derivó en llamar “aceite” a la parte de venta de comestibles y “vinagre” a la de las copas, como decía "Pepe Monagas"; “mita tienda y mitad cafetín”. Situadas normalmente en una habitación de las que daban a la calle de la propia vivienda habitual del propietario, eran además un lugar de encuentro de los vecinos.

La tienda de Lasito y Antoñito, actual bar Perola, obsérvese las bombas manuales para extraer aceite y petróleo, los bidones se encontraban debajo del mostrador (FEDAC).

Los comercios y tiendas eran conocidos por los nombres o apodos de quienes los regentaba. Así sucedía, con la tienda de; “Sofiita”, “Gerardo”, “Juan de Plácida”, “Luis el de Sinforosa”, el "cafetín" del “capote”, el de “José el de María Pepa”, “el cisca”, etc.

Eran tiempos de honradez y confianza, donde la sola palabra bastaba, se compraba a “fíao”, el “apúntemelo en la libreta” era la palabra y el único documento válido, la libreta donde se anotaban las deudas. Se pagaban cuando el esposo cobraba a fin de semana, mes o cuando finalizaba la zafra y se liquidaba con los empresarios tomateros, el trato era muy personal y el contacto directo, todos se conocían.

Tienda del Ruano o tienda de Tina, Casas del Camino, Valle de Agaete (Proyecto Islanders, fotógrafo Rubén Grimón).

Algunas de aquellas pequeñas tiendas no tenían nada que envidiar a una gran superficie, salvando las distancias, se podía comprar de todo; desde unas alpargatas a una cubertería, desde millo para las gallinas a gofio, pasando por toda clase de utensilios, petróleo para las cocinillas, tabaco, jabón, aceite, etc., todo a granel.

Según la temporada; las máscaras de cartulina o cartón en carnavales, en navidades; las figuritas para el belén, juguetes, los polvorones, las almendras rellenas, que los niños de la época le llamaban “lo mejor del mundo”, una pala o un pequeño balde de plástico para la playa en verano, los libros de las comuniones y rosarios en mayo...

La parte del vinagre, en el Valle.

En mi memoria aún recuerdo los aromas de esas tiendas, olores a chorizo de Teror, tocino salado y morcillas que colgaban dentro de expositores de cristal, el olor repelente a pescado o sardinas saladas dentro de aquellos barriles. Sobre los mostradores, garrafones de amplia boca, llenos de aceitunas o una enorme calabaza de donde se iban cortando los trozos que pedían los clientes. Olor a aceite rancio y petróleo, olor a queso viejo, olores imborrables.


Del programa de las fiestas 1957.

Se podría decir que había una tienda en cada esquina, empecemos con el recuerdo de las del Valle; entrando por las cuevecillas nos encontrábamos las tiendas del “Chambu”, la de “Sarapita” y la de “llallé”, madre de Tinito, “al que le gustaba asistir a todos los entierros y al de él no pudo ir”. Luego ya en la plaza la tienda de Angelito, más adelante la de “Juan el rabioso” y la de Francisco Suárez. En la Vecindad destacaba la tienda de “Ñoño”, que además era contratista, realizó la estructura de la actual sociedad, Ñoño compraba a 1,50 y vendía a 1 peseta, para joder a los demás, en el mismo barrio la tienda de José el de Ramona, Antoñito González y alguna más. En el lomo; Mercedita “la poilla”, los “Ruanos” en las Casas del Camino, en total una docena de tiendas para atender una población de 1210 personas del caserío en 1960.

Miguel Sosa en su tienda de San Pedro, foto AM, Canarias 7. 

En el casco urbano se localizaba la mayoría de las tiendas de la localidad, algunas las llegué a conocer. Entrando al pueblo, por la calle León y Castillo; la tienda de “Sofiita y Cristóbal”, había que tener cuidado con la pequeña puerta y agacharse para entrar, más de uno se dejó allí la frente. Al ser cuñada del alcalde Andrés Rodríguez era “la tienda oficial del ayuntamiento”, así lo demuestra una de las libretas y las cuentas donde se apuntaban los “fiaos”.

Factura de la tienda de "Sofiita" al ayuntamiento por diversas bebidas y otros, 1966.

En la plaza; la tienda de mi tío Chano Evaristo, más tarde regentada por sus hijos Andrés y José, por razones familiares donde hacía la compra mi madre. La tienda de Lasito y Antoñito, actual bar “el Perola”, con surtidor de gasolina en la calle. En la plaza de Tomás Morales destacaba la tienda de “Juanito el curro y Magdalenita”, auténtico centro comercial, con oficina de correos en el interior y surtidor de combustible en la calle, además traía la prensa diaria, revistas, para los más pequeños TBOS que llamábamos “chistes”, material escolar, se recogían carretes de fotos para el revelado, se vendía lotería, etc. Si ibas con el bebé a la compra, Magdalenita lo pesaba en la misma balanza en que pesaba las viandas y lo apuntaba en un papel para ver si aumentaba o iba para atrás, lo hacía sin mirarlo, porque se decía que tenía “fuerza de vista” y le hacía mal de ojo.


Ristra de estropajos de esparto, muy común en todas las tiendas (tienda de Luisito y Dalia).


En la calle José Sánchez; la tienda de María Pepa, la de Lolita la de mastro Juan, la de Nieves la costera, la de Miguelillo el de “saballito”...

En la calle de la Concepción; la "Bermeja", Felicita y Demetrito, la de “Antonio el naranjero”, la de Juan María y en la actual panadería la esquina, la tienda de Seña María Escolástica, regentada por sus hijos Paco y Rafaela. Esta tienda por cercanía a mi casa me trae muchos recuerdos, habían tantos trastos colgados por todas partes que no se veían las paredes, escobas, calderos, ristras de estropajos de esparto, palanganas, cocinillas, alpargatas, etc., en el piso solo se veía un pequeño pasillo por donde se movían la gente, el resto estaba lleno de toda clase de cacharros, baldes y baños metálicos, sacos de millo, papas, etc., enfrente las tiendas de  “Pinito Herrera”, la de Andreita Lugo, “la poilla”, y la de Salvador y Edita.

En “la Villa arriba”; la de Pepito Armas, la de Maquita la del Panchó, la tienda de Luis el de Sinforosa, auténtico emprendedor diríamos hoy en día; fabricaba sus propios caramelos, pirulines, polos, además de lejías, jabones y otros productos, y si se te ofrecía; te cortaba el pelo o te afeitaba, vaya hombre más apañado, un "manitas", su hija Dalia continuó con el negocio hasta que las fuerzas la acompañó.


La balanza de la tienda de Luisito.

En la calle el Carmen la tienda de Juan de Plácida. Guayarmina arriba; la tienda de Graciliano, la de Juan José, la de Carmen la Justa, la de Jesús la del Cisca,  la de Salvador el curucusa, la de Juan Arteaga, la de seña Bárbara, la de Matías el Palomo, la de seña Pepa la de Juan Calvario, la de mano José, la de María Boza, la de Periquito el Guerrero, la de Andreita, la de José el de Elvira (padre de Pepe Dámaso) en el actual local de quinielas y loterías, la de Luciita, la de Gregorio “el cochino”,  …

En San Sebastián; destacaba la de Gerardo, otro auténtico supermercado, en un pequeño habitáculo donde parecía imposible moverse en el interior, apenas sobresalía la cabeza de Gerardo y su sobrino “Tillo”, había de todo, ni los techos se veían de la cantidad de cosas colgando que había. Lo que no encontrabas en ninguna otra tienda, seguro que Gerardito lo tenía, sino, él te lo traía, a los de San Sebastián los atendía por una ventana en la parte trasera de la vivienda.

La ventana por donde atendía Gerardito en la actualidad.
 

Ya en pleno corazón del Santo, la de Miguel el hermano de Gerardo, la de Juan el de María Cruz, la tienda de Purita, celebre para la chiquillería de aquellos años por sus tambaras y otras golosinas por la festividad de San Sebastián. 

En el Hornillo, la tienda cueva de Enrique, en el Risco la de Perdomo y la de Paca. En Las Nieves la tienda Cesarita, la de Pinito la borriquera, la de José Ramón y la de Antonio Melian.

Enrique en su tienda cueva en el Hornillo.

Y muchas más que se me quedan en el tintero, hasta contabilizar las 46 documentadas.

A finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo XX, a medida que en la vecina Gáldar iban apareciendo los supermercados que te traían la compra a la casa, y con los que no pudieron competir los pequeños comercios del pueblo, fueron desapareciendo la mayoría de estas tiendas. 

Y hasta aquí mi modesta visión de lo que fueron, no hace tantos años, las tiendas de aceite y vinagre de nuestra villa, que formaron parte de nuestra historia y nuestra cultura, que con su labor y el: "se lo apunto en la libreta y págueme cuando pueda", dieron facilidades para que las clases trabajadoras y menos pudientes, pudieran llenar el caldero cada día.

Población de Agaete en 1960, distribuida por barrios.

Las cocinillas de petróleo de la tienda de Luisito el de Sinforosa.


La bomba del aceite de la tienda de Luis el de Sinforosa.

La bomba manual para extraer aceite o petróleo, de la tienda de Sofiita, en la actualidad la podemos ver en el mostrador de la nueva pizzería "el semáforo", en la plaza de Agaete.

Los moldes de galleta y los papeles con los que "Luisito", hacía los pirulines.



Mi agradecimiento por su colaboración a; Don Juan "Corina", Don Juan Medina y Don Juan Francisco Jimenez.


sábado, 14 de enero de 2023

"DOÑA NIEVES, LA GEMELA DE LA VIRGEN DE LAS NIEVES", CARLOS MORÓN, TREINTA AÑOS DE LA COPIA.




En 1990, el ayuntamiento y la parroquia organizaron en Agaete unas jornadas sobre arte flamenco. Los especialistas participantes llegan a la conclusión unánime de la necesidad de realizar una copia a la mayor brevedad, de la tabla principal del tríptico de Nuestra Señora de Las Nieves, que sustituya al original en las procesiones y actos de la celebración de las fiestas, ya que la movilidad y los cambios bruscos de temperaturas propios del mes de agosto, afecta muy negativamente a la pintura. El artista agaetense Pepe Dámaso opinó en aquellos días que; “sacar el tríptico a la calle es terrorismo cultural”.

El párroco Don Julio Sánchez tomó nota y de inmediato se puso con los trámites, solicitaron informe al departamento del arte de la universidad autónoma de Madrid y al museo de bellas artes de Bilbao, los informes recibidos pasaron en mayo de 1991, al departamento de arte sacro de la diócesis de Canarias y en junio se respondió al párroco Don Julio afirmativamente, iniciando las gestiones para buscar el pintor adecuado.


El catedrático de historia del Arte y exrector de la Universidad de la Laguna, Jesús Hernandez Perera, recomienda al pintor de la isla, Carlos Morón Cabrera, considerado como uno de los mejores retratista del país.

La decisión de realizar una copia para las procesiones no fue ajena a la tradición de pueblo polémico de Agaete. Tuvo a la gran mayoría a favor, pero también tuvo sus detractores, que haciendo uso de una religiosidad mal entendida, desde mi punto de vista, consideraban que; si había estado varios siglos saliendo, podía aguantar otros tantos con algunas precauciones.


Durante casi dos años Morón se dedicó plenamente a la obra, según el pintor en declaraciones a la prensa; “llegué hasta soñar con la virgen, fue ella quien me guio en todo el proceso”. La principal dificultad del trabajo fue el elevado detallismo del original en tan pequeño tamaño, un metro, 30 cm de alto, por 70 cm de ancho. Buscar los pigmentos adecuados y envejecer la tabla de roble para que el resultado final fuera lo más parecido al original le llevó dos meses al pintor.

El 22 de junio de 1993, Carlos Morón da por terminada su obra y es presentada al pueblo de Agaete el viernes 2 de julio de 1993, en la iglesia parroquial, en presencia del obispo y el cura promotor, Don Julio Sánchez.

En la homilía el obispo afirmó y Julio Sánchez corroboró que; "la copia no iba a tener culto permanente, sino mientras dure el novenario y la presencia en la parroquia, es decir desde el 5 al 17 de agosto de cada año, el resto del tiempo iba a permanecer guardada en la casa parroquial y el original permanecería en su ermita del Puerto de Las Nieves, donde se daban las condiciones ideales para su conservación."

Lo cierto es que desde hace unos años el original permanece en la parroquia, expuesto en una habitación acondicionada al efecto y la copia en la ermita, sometida al culto todo el año, contraviniendo entre otras las disposiciones testamentarias de su primer propietario, Antón Cerezo que, en su testamento de principios del siglo XVI, dejó escrito que jamás saliera de dicha ermita.

El pintor apenas cubrió los gastos con el millón de las antiguas pesetas que se dice que cobró y en palabras suyas; eso lo podía ganar en una semana pintando los numerosos encargos de su agenda. Carlos Morón realizó la obra contagiado de devoción y como decía él; “a veces parecía que era la propia virgen quien manejaba los pinceles, no deseo ni al peor enemigo artístico una tarea como esta”.

El pintor llamó en su día a la obra; “Doña Nieves que va a ver a su gemela, la Virgen de Las Nieves”.

Morón intentó copiar la técnica de los talleres de Flandes en el siglo XVI, la tabla de roble tuvo que ser envejecida a base de calor, darle 17 capas de imprimación, buscar pinceles de marta, en algunos casos solo con cuatro pelos, estos datos y otros dan una idea del detalle y trabajo que supuso la realización de la nueva imagen.

Carlos Morón nació en Las Palmas en 1921, hijo de médico andaluz y madre grancanaria, realizó estudios de pintura en la academia de bellas artes San Fernando de Madrid, París y Roma. Considerado como uno de los artistas canarios de mayor proyección internacional a pesar de ser casi desconocido para el publico en general, quizás debido a su timidez y que vivió una época en el que arte figurativo, el retrato de la burguesía y la nobleza, sus clientes habituales, no estaba muy bien visto por la élite artística canaria.

Entre sus obras más conocidas están “la derrota de Van der Does, de 1959, dos grandes murales que se encuentra en la Capitanía General de Canarias de Santa Cruz de Tenerife.


Realizó coreografías de teatro, decorados para la película Tirma en 1954, tronos para santos, carrozas en los festejos de Las Palmas, etc.
Un artista muy completo, no suficientemente valorado en las islas, quizás por su dedicación a pintar para las clases más pudientes o quizás por su vinculación al régimen de Franco en sus primeras etapas, donde llegó a ocupar el cargo de jefe provincial de la sección de artes plásticas (Pintura grabados y escultura) de la organización juvenil del movimiento en 1940.

Carlos Morón y su “Doña Nieves", como su gemela La Virgen de Las Nieves, han pasado a ser parte de la pequeña gran historia de nuestra Villa de Agaete.