Esta fotografía, tomada en la puerta de la iglesia a finales de los años veinte, muestra a los niños de Agaete de aquella generación nacida en las primeras décadas del siglo XX. Con sus maestros al frente, la imagen parece inocente, pero encierra una profunda carga simbólica: muchos de esos rostros infantiles y los propios maestros vivirían, pocos años después, la tragedia que sacudió a la villa a partir de julio de 1936.
En aquel verano del treinta y seis, esos niños ya eran hombres y mujeres jóvenes, de entre 18 y 30 años. Algunos se alistaron voluntariamente en las filas de la Falange, otros defendieron la causa republicana y terminaron en campos de concentración. Muchos fueron movilizados por el ejército sin entusiasmo alguno; algunos nunca regresaron, caídos en el frente o desaparecidos en la retaguardia.
En un círculo, en la misma fotografía, aparece el maestro don Miguel Pérez García, último alcalde accidental de la gestora republicana. Fue detenido, juzgado por los sublevados y condenado a muerte, pena luego conmutada por cadena perpetua, pasando largos años en un campo de concentración.
Particularmente dramático fue el destino de dos de aquellos niños, tíos de mi madre. Uno fue detenido el 24 de julio de 1936, acusado de colaborar con la resistencia al golpe y de ayudar a huir al delegado gubernativo don Fernando Egea. Aunque finalmente resultó absuelto, su vida quedó marcada. El otro, movilizado por el ejército franquista, fue destinado a vigilar a los prisioneros del campo de concentración, entre ellos su propio hermano y su maestro.
Hermanos contra hermanos, padres contra hijos, amigos contra amigos.
Piezas de ajedrez movidas por fuerzas que los superaban, en un siniestro tablero de guerra.
Durante décadas, en Agaete apenas se hablaba de aquellos años. El tema era tabú. En un pueblo tan pequeño, el recuerdo dolía demasiado: muchos de los hijos y nietos de aquellos jóvenes idealistas o de sus víctimas, aún viven. Nadie es culpable de los ideales o los errores de sus antepasados; y, desde mi punto de vista, ni siquiera lo fueron quienes protagonizaron aquellos hechos, ya fallecidos. Nadie debería avergonzarse de nada: todos defendieron lo que creyeron justo.
Los de un bando y los del otro actuaron convencidos de luchar por su patria, por su fe, por su dignidad, por sus derechos o por sus propiedades. Pero no podemos olvidar que se enfrentaban dos visiones opuestas: una de raíz fascista, que justificaba la violencia como medio, y otra legítima y democrática, aunque la democracia de entonces distaran mucho de la actual.
En aquellos años, Agaete, una pequeña villa de apenas 4.500 habitantes, vivió los hechos más graves de su historia conocida.
Entre los caídos en los frentes y los desaparecidos en la retaguardia, medio centenar de agaetenses nunca volvió a casa. Otro medio centenar pasó años de sufrimiento en los campos de concentración, mientras sus familias quedaban sumidas en la miseria y las represalias.
Han pasado más de ochenta años.
Ya es hora de contar lo sucedido con rigor, objetividad y sin rencor, procurando la mayor imparcialidad posible, aunque a veces cueste. Mi generación escuchó los testimonios de algunos protagonistas y testigos de aquellos días, ya todos desaparecidos, y siento la necesidad de recoger sus voces, apoyándome en documentos, archivos y publicaciones.
Mi único propósito es que no se olvide, que se conozca la verdad y que una tragedia así no vuelva a repetirse.
Es tiempo de concordia.
Es tiempo de reconciliación.
El 18 de julio de 1936, amaneció como un día cualquiera en Gran Canaria, pero el país entero estaba a punto de quebrarse.
Las noticias del alzamiento militar, que se extendían como un fuego por toda España, llegaron pronto a la isla. Y allí, el golpe triunfó con una rapidez inquietante.
Apenas hubo resistencia.
Solo un puñado de hombres, pocos, pero valientes, se negó a rendirse ante la sublevación. En la sede del Gobierno Civil, el gobernador Antonio Boix Roig se mantuvo firme, acompañado por los mandos de la Guardia Civil de la provincia de Las Palmas que rehusaron sumarse al golpe: el teniente coronel Emilio Baráibar, el comandante Joaquín Laureiro, y los capitanes Emilio Pacheco y José García Silva, entre otros.
Todos ellos, conscientes del riesgo, decidieron mantenerse fieles a la legalidad republicana.
Mientras tanto, en el norte de la isla, un pequeño grupo de republicanos trataba también de organizar la resistencia.
Bajo el mando del delegado gubernativo Fernando Egea Ramírez y del diputado comunista Eduardo Suárez, intentaron contener, aunque fuera por unas horas, el avance de los sublevados.
Fue un intento desesperado, heroico… pero efímero.
La maquinaria militar del alzamiento era ya imparable.
En pocos días, Gran Canaria cayó en manos de los golpistas.
El silencio sustituyó al bullicio y trajín de la resistencia.
El miedo, poco a poco, empezó a instalarse en los pueblos y ciudades, marcando el comienzo de una larga noche que tardaría décadas en disiparse.
El 18 de julio de 1936, la historia cambió su curso también en Gran Canaria.
Desde el Gobierno Militar, Francisco Franco, aún Capitán General de las islas, envió un emisario al Gobierno Civil, situado en la calle Triana, a pocos metros de distancia.
Llevaba en la mano el bando del alzamiento, el documento con el que pretendía sellar la obediencia de las autoridades civiles.
El emisario intentó entregar aquel papel varias veces, pero el gobernador Antonio Boix Roig y los mandos allí reunidos se negaron a recibirlo.
Finalmente, ante la insistencia, Boix Roig tomó el documento, lo miró en silencio… y lo rompió en pedazos frente al mensajero.
Luego, con la serenidad de quien sabe lo que arriesga, dijo:
“Dígale usted a su general lo que he hecho con el bando.”
Fue un gesto breve, pero de una enorme dignidad.
Un acto de desafío en medio de la tormenta que se avecinaba.
Los militares sublevados, furiosos, trataron entonces de convencer a los mandos de la Guardia Civil para que se unieran al golpe.
Pero el teniente coronel Emilio Baráibar, junto al comandante Joaquín Laureiro y los capitanes Emilio Pacheco y José García Silva, se mantuvieron fieles a la República.
El último intento de Franco fue personal: a las diez de la mañana, llamó por teléfono al propio Baráibar.
Este, firme, se negó a acatar la orden, y la comunicación se cortó abruptamente.
Poco después, dos piezas de artillería apuntaban directamente hacia el edificio del Gobierno Civil.
Rodeados, sin posibilidad de resistencia, Boix Roig y Baráibar se vieron obligados a rendirse.
Ambos serían posteriormente condenados a muerte por los militares sublevados, aunque sus penas fueron conmutadas por cadena perpetua, como la del resto de los leales a la República.
Mientras tanto, en el norte de la isla, un pequeño grupo de republicanos, comandado por el delegado gubernativo Fernando Egea Ramírez, trató de organizar un último intento de resistencia.
Fue un esfuerzo tan romántico y soñador como inútil: en poco más de setenta y dos horas, el intento se había desmoronado, sin una sola víctima.
Así terminó la breve y frágil defensa de la legalidad republicana en Gran Canaria.
No hubo una guerra abierta, ni batallas, ni frentes, solo el eco de una resistencia simbólica, aplastada por una represión desproporcionada que caería, implacable, sobre quienes osaron mantenerse fieles a sus principios.
El amanecer del 18 de julio en el norte de Gran Canaria
La madrugada del 18 de julio de 1936, el silencio de la villa fue interrumpido por unos golpes en la puerta de la vivienda sita en la entonces calle XIII de septiembre, nº 4.
Despertaron al delegado gubernativo de la zona norte y presidente de la agrupación local del PSOE, el joven farmacéutico don Fernando Egea Ramírez.
Venían a comunicarle una noticia que pronto recorrería todo el país: un golpe militar se había levantado contra la República.
Egea, aún con el cansancio del sueño reciente, comprendió de inmediato la gravedad de la situación.
Con serenidad y sentido del deber, ordenó las primeras medidas de resistencia, consciente de que la empresa era casi imposible.
Sabía que las fuerzas republicanas en la isla eran escasas y que el golpe avanzaba con rapidez, pero aun así decidió actuar, convencido de que el alzamiento no podía triunfar en toda España, y de que resistir, aunque solo fuera unos días, era un deber moral.
El llamamiento a la resistencia.
Al día siguiente, 19 de julio, el norte de Gran Canaria amaneció con un mensaje esperanzador.
Por los pueblos y caminos se repartía una hoja impresa, redactada por el Comité de Defensa de la República, que presidía el propio Fernando Egea.
En ella se llamaba a la población a defender la legalidad republicana y al Gobierno del Frente Popular, apelando a la unión, la dignidad y el compromiso con la libertad.
Aquel manifiesto, redactado con urgencia y valor, fue una de las pocas voces de resistencia en la isla durante aquellas horas inciertas.
Era el eco de un espíritu que se negaba a rendirse, aunque la realidad pronto demostraría que la resistencia sería breve.
19 de julio de 1936: El alcalde accidental que quiso defender la República en Agaete.
En el verano de 1936, el municipio de Agaete vivía, como el resto de España, días de incertidumbre y tensión. Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones generales de febrero (en Agaete triunfan las derechas), el Ayuntamiento había pasado a estar dirigido por una gestora municipal, encargada de mantener el orden y la administración local en un contexto político agitado.
Ese 19 de julio, el destino situó al maestro Miguel Gabriel Pérez García como alcalde accidental de Agaete. Tenía tan solo 32 años, pero ya era reconocido por su formación, carácter sereno y compromiso con los valores republicanos. Aunque no pertenecía formalmente a ningún partido político, su tendencia izquierdista y republicana era bien conocida en el pueblo.
Siguiendo las directrices del delegado gubernativo Egea, Miguel Pérez impulsó la creación del Comité de Resistencia Antifascista, con un propósito claro: defender la legalidad de la República ante el avance de las fuerzas sublevadas. El comité estuvo integrado por hombres comprometidos con la causa democrática:
Saturnino Rodríguez Suárez, Clemente Dámaso Vega, Jesús Pérez García, Santiago Dámaso Vega, Juan María Álamo Quintana, Manuel Suárez García, Juan Bautista Marrero y Juan Vega García, además de varios concejales que respaldaban la acción del alcalde accidental.
El objetivo del comité era organizar la resistencia local y mantener la esperanza de recibir apoyo desde la península, donde se sabía que en muchas grandes ciudades el levantamiento militar había fracasado.
En medio del desconcierto y las noticias contradictorias que llegaban a la isla, aquellos hombres se aferraron a la convicción de que la República podía sobrevivir si se mantenía la unidad y la fe en la legalidad democrática.
Aunque los acontecimientos posteriores demostrarían la dificultad de aquella empresa, el gesto de Miguel Gabriel Pérez García y su comité permanece como un testimonio de valor cívico y compromiso con la libertad en uno de los momentos más oscuros de nuestra historia reciente.
Historias como la del alcalde accidental de Agaete nos recuerdan que, incluso en tiempos de incertidumbre, la defensa de los principios democráticos y el coraje de las personas comunes son los pilares sobre los que se construye una sociedad libre.
Durante unos días, Agaete creyó poder resistir. Las montañas y el mar fueron testigos silenciosos de aquella ilusión. Nadie podía imaginar que el destino ya había decidido otra cosa, y que la historia de España se escribiría, desde entonces, de otra manera.
Sin embargo, el gesto de Miguel Gabriel Pérez García no fue en vano. Su breve alcaldía accidental quedó grabada en la memoria como un acto de dignidad, un instante de luz en medio de la tormenta. Porque incluso cuando la derrota es inevitable, hay gestos que salvan la conciencia de un pueblo.
Cuando don Gabriel de Armas Medina pronunció aquella frase que el pueblo nunca olvidaría —“Tranquilas, tías, ¿qué puedo temer, si me llevan preso a la casa donde nací?”—, no hablaba en metáfora. Se refería, literalmente, a la casa familiar de los Armas, aquella antigua vivienda situada en el centro del pueblo que, con el paso del tiempo, sería vendida al Ayuntamiento de Agaete. Durante aquellos turbulentos días del verano de 1936, el edificio, que había sido hogar de su infancia, fue reconvertido por los republicanos en cárcel del pueblo.
Así, el destino quiso que don Gabriel fuera conducido a la misma casa donde había nacido, ahora transformada en prisión. Otros detenidos fueron recluidos en el entonces casino “La Luz”, actual Centro Cultural de Agaete, improvisado también como lugar de detención en aquellas jornadas de incertidumbre.
En un homenaje escrito años más tarde, el jurista Juan Vallet de Goytisolo recordaría así su figura:
“En su juventud, en los días y meses que precedieron al Movimiento, fue un infatigable propagandista de la Acción Católica. El 18 de julio estaba en la cárcel de su pueblo Agaete y, con el rosario en la mano, llegó a vislumbrar la idea de fecundar con su sangre el granito de mostaza que es la Iglesia.”
— (Juan Vallet de Goytisolo, In memoriam a Gabriel de Armas, 1976)
Aquellos días dejaron también un sinfín de anécdotas que aún viven en la memoria oral del pueblo.
Se cuenta, por ejemplo, que Vicente Alemán, mayordomo de las fincas de un conocido terrateniente, pasó dos días escondido dentro de un bidón en casa de un familiar, temeroso de ser detenido.
Otro vecino, Juan García, se hallaba trabajando en su “cacho de plataneras”, cerca de la Torre, cuando divisó a los republicanos acercándose con escopetas al hombro. Sin pensarlo, huyó Lomo el Manco arriba, refugiándose durante varios días en los montes de Tamadaba.
Pero no todas las historias de aquel verano fueron de miedo o persecución. Algunas, con el paso del tiempo, se transformaron en curiosas anécdotas de ingenio y fe.
El encargado de la ermita de Las Nieves contaba que, al abrir el templo el 19 de julio, descubrió con sorpresa que el cuadro de la Virgen de Las Nieves había desaparecido. La noticia se propagó como un reguero de pólvora, llenando de inquietud a los feligreses. Sin embargo, la calma del párroco, don Juan Hernández Quintana, hizo sospechar que tal vez el suceso no era tan grave como parecía.
Días después, cuando el pueblo comenzó a recobrar la normalidad, el cuadro reapareció milagrosamente en su lugar de siempre.
Décadas más tarde, en el pregón de las fiestas de 1995, el sacerdote don Agustín Álamo Álamo, hijo del pueblo, reveló el misterio: la imagen no había desaparecido, sino que había pasado “unas pequeñas vacaciones” envuelta en sábanas, escondida en un ropero de su casa, justo frente a la sacristía de la iglesia de La Concepción.
Era una medida de prudencia: el cura, temiendo que algún miliciano exaltado siguiera la moda de quemar imágenes y objetos religiosos, como había ocurrido en otras partes del país, prefirió poner a salvo a la Virgen.
Así, entre el miedo y la fe, la astucia y la tragedia, Agaete vivió su propio julio de 1936, con historias que el tiempo no ha borrado. En cada rincón del pueblo, en la calle Guayarmina, en el antiguo casino, en el ayuntamiento y en la ermita, todavía resuenan los ecos de aquellos días en los que la historia se mezcló con la vida cotidiana de sus vecinos.
En aquellos días de julio de 1936, el maestro Miguel Pérez García, convertido en alcalde accidental de Agaete, comprendió que la resistencia no podía sostenerse solo con palabras. La amenaza del avance militar era ya una realidad, y el pueblo debía prepararse para defender la legalidad republicana con los pocos medios de que disponía.
Emitió entonces un bando municipal en el que ordenaba la incautación de todas las armas y municiones existentes en la villa, que fueron repartidas entre los militantes republicanos dispuestos a resistir.
No se trataba solo de fusiles o escopetas de caza; también se requisaron los escasos vehículos del municipio, la gasolina de la gasolinera local, y los explosivos procedentes de las obras de las carreteras que se construían hacia La Aldea, Los Berrazales y los pozos en excavación. Cada recurso contaba.
Con aquel material improvisado, la tarde del 20 de julio se organizó una expedición de hombres armados que partió desde Agaete hacia la Cuesta de Silva. En los camiones requisados embarcaron incluso un pequeño cañón o “culebrina”, el mismo con el que cada 5 de agosto se disparaban las tradicionales salvas en honor a la Virgen de Las Nieves. Esta vez, aquel símbolo festivo sería empleado con un propósito muy distinto.
El destino de la caravana era el Morro del Gallego, sobre el Cenobio de Valerón, donde el delegado gubernativo Fernando Egea había concentrado a unos quinientos hombres de la comarca norte. Su objetivo era organizar un frente de resistencia que impidiera el avance de las fuerzas sublevadas hacia la zona norte de la isla.
Mientras Egea dirigía las operaciones desde el Morro de la Cuesta Silva, en Agaete su esposa, doña Herminia Dos Santos, se encargaba de coordinar la organización local de los grupos de defensa. Mujer de gran temple y compromiso, Herminia trabajó incansablemente junto a las mujeres del pueblo para mantener la comunicación, preparar víveres y asegurar que los milicianos no les faltara lo esencial.
Aquel esfuerzo conjunto de hombres y mujeres, de maestros, campesinos y obreros, fue un breve pero intenso intento por defender la República desde un rincón del Atlántico. En la historia de Agaete quedó grabada la imagen de aquellos días en que la esperanza se armó con lo poco que tenía: coraje, convicción y dignidad.
El estruendo del motor en el cielo, el miedo a una posible represalia y la sensación de aislamiento hicieron mella en los hombres. Muchos decidieron regresar al pueblo, convencidos de que resistir era inútil frente al poder que se avecinaba.
A eso de las ocho de la mañana del día 21, el horizonte, frente a las playas de San Felipe se tiñó de tensión. Desde el mar se aproximaba un buque de guerra: el cañonero Arcila, perteneciente a la marina. Su llegada no pasó desapercibida. Apenas se situó cerca de la costa, comenzó a abrir fuego sobre las posiciones republicanas concentradas en el “Morro”, en la zona de la Cuesta Silva.
Poco después, los disparos se dirigieron también hacia la montaña de Gáldar y los altos de Amagro. Aquel estruendo, según contaban los mayores, resonaba en todos los barrancos, mezclando el miedo con la incertidumbre.
Mi familiar me relataba que, en lo alto de la Cuesta Silva, el desánimo se apoderó de los hombres. Las explosiones, el caos y la falta de coordinación provocaron la desbandada. Muchos huyeron a pie, atravesando las plataneras en busca de refugio o intentando regresar a sus casas. En la prisa y el miedo, quedaron atrás armas, explosivos y el eco de una resistencia que se desmoronaba ante la fuerza de un enemigo muy superior y el fuego naval.
21 de julio: la rendición de Gáldar, Guía y Agaete
A media mañana de aquel 21 de julio, tras el desembarco en Sardina (Gáldar) de fuerzas del Ejército y falangistas procedentes de Las Palmas, los pueblos de Gáldar y Guía se rinden. Desde el ayuntamiento de Gáldar, los militares se comunican por teléfono con la corporación de Agaete: les dan una hora para entregarse. Si el alcalde no se presenta y se rinde, advierten, el pueblo será bombardeado desde el mar por el cañonero.
Ese mismo día, el nuevo Gobernador Civil nombra un nuevo delegado gubernativo para la zona norte: el sargento de la Guardia Civil Olegario Rodríguez Joaquín. Era un personaje conocido en la comarca; había estado destinado en Gáldar desde años atrás, pero el último gobernador republicano lo había destituido y enviado forzosamente al muelle de Las Palmas por sus métodos duros en la represión de las huelgas de jornaleros y patronos después de febrero de 1936.
El sargento Olegario, de presencia imponente, más de metro noventa de estatura y unos 120 kilos de peso, desembarca en Sardina junto con los militares del cañonero Arcila. De inmediato asume el mando de la Guardia Civil en Guía y Gáldar. En Agaete todavía no existía un puesto fijo del cuerpo (no se establecería hasta mediados de 1941), aunque desde septiembre de 1936 ya se mantenía allí un destacamento procedente de Gáldar.
Mientras tanto, en el ayuntamiento de Agaete, donde se habían concentrado los republicanos de la localidad, las noticias de la rendición de Gáldar y Guía cayeron como un jarro de agua fría. El desconcierto dio paso a la agitación: algunos exaltados llegaron a proponer prender fuego o dinamitar el edificio, aun sabiendo que en su interior permanecían detenidos de derechas.
Fue entonces cuando, según cuenta la tradición oral, intervinieron Fernando Egea y, sobre todo, su esposa Herminia. Ella, pistola en mano, se enfrentó a los más radicales, imponiendo el orden con valentía. Egea, por su parte, pronunció unas palabras que aún resuenan en la memoria colectiva:
“Por las ideas se puede morir, pero nunca matar.”
Con ello dio por fracasado cualquier intento de resistencia y ordenó que cada uno regresara a su casa. Así lo hicieron.
Poco después, el alcalde, con el plazo impuesto por el comandante Bartolomé Guerrero a punto de expirar, acepta sin condiciones la rendición del pueblo. No le quedaba otra opción. Un concejal es enviado a Sardina, donde se encontraba la cañonera Arcila, para formalizar la entrega. A su llegada, los militares lo retienen como rehén, sellando así la capitulación definitiva de Agaete.

La llegada de las fuerzas sublevadas a Agaete
Ese mismo 21 de julio, una comisión militar al mando del Comandante Bartolomé Guerrero Benítez, acompañada por el Capitán Espejo y el Teniente Benjumea, parte hacia Agaete. Al llegar al pueblo, son recibidos con repique de campanas, sábanas blancas ondeando en las azoteas y vítores de bienvenida. Parte de la población, especialmente los vecinos de los alrededores de la iglesia, la zona conocida como Villa Abajo, los aplaude y los acompaña hasta el ayuntamiento, según recogen diversos testimonios orales.
Conviene recordar que, en las elecciones de febrero de 1936, y pese al esfuerzo del SOVA y de Fernando Egea, en Agaete habían triunfado los candidatos del centro-derecha, contrarios al Frente Popular. Esa circunstancia explica la notable presencia de simpatizantes de los sublevados en el municipio y el ambiente de apoyo con el que las tropas fueron recibidas aquel día.
La represión y los primeros arrestos.
Con la entrada de las fuerzas sublevadas en Agaete, los derechistas huidos durante los días anteriores comienzan a bajar al pueblo o a salir de sus escondites. Pronto, los militares, con la ayuda de la derecha local, inician la detención de la comisión gestora republicana, cuyos miembros son trasladados a Las Palmas. En un primer momento ingresan en la cárcel provincial, y más tarde son enviados a los campos de concentración de La Isleta y Gando.
A medida que las autoridades van identificando y localizando a los miembros del comité de defensa de la República, también ellos son arrestados. La situación se invierte: ahora son los republicanos quienes deben esconderse para evitar la represión.
Entre las historias que han llegado hasta hoy destaca la del doctor Víctor Mendiola Álvarez, un republicano convencido y alcalde accidental de Agaete durante los primeros días de la II República. Amigo personal de Fernando Egea, Mendiola se convierte en uno de los objetivos de la persecución. Según la tradición oral, fue protegido y ocultado por la familia del jefe local de Falange, Benjamín Armas, con quien mantenía una relación de amistad. Lo habrían resguardado en la “Casa Fuerte”, propiedad familiar, hasta que los ánimos se calmaron en la villa.
Sin embargo, los documentos de la época confirman que fue detenido a la llegada de los militares y que, para el 27 de julio, se hallaba preso en la cárcel comarcal de Guía. Un destino que compartieron muchos otros republicanos del norte de Gran Canaria en aquellos días convulsos.
El bando del comandante y la declaración del estado de guerra
Nada más llegar a Agaete, el Comandante Bartolomé Guerrero Benítez convoca a las autoridades y vecinos en el salón de plenos del ayuntamiento. Allí procede a leer el bando de Francisco Franco, por el que se declara oficialmente el estado de guerra en la zona.
Acto seguido, el comandante emite un bando propio, en el que ordena el acatamiento estricto de las leyes y el retorno inmediato a la normalidad laboral. El tono del documento deja claro que no habría margen para la desobediencia: quienes no cumplieran las órdenes serían pasados por las armas.
El mensaje fue contundente y simbólico. Representaba no solo la imposición del nuevo poder militar en la comarca, sino también el fin definitivo de cualquier intento de resistencia republicana en Agaete y sus alrededores.
La destitución de la Comisión Gestora y el nuevo orden
En el ayuntamiento de Agaete, el Comandante del Ejército comisionado Bartolomé Guerrero Benítez, acompañado del secretario municipal Mariano Atienza Ruiz, redacta y firma una acta oficial que marca el inicio del nuevo orden en la villa.
El documento, fechado el 21 de julio de 1936, recoge lo siguiente:
“En la Sala Capitular de esta Villa de Agaete, a 21 de julio de 1936, compareció el Comandante comisionado y los dos Oficiales ya indicados, quienes se constituyeron en sesión, acordándose en virtud de las atribuciones dictadas por la Superioridad, efectuar la destitución de la Comisión Gestora y llevar a efecto el siguiente nombramiento: Para Presidente de la Comisión Gestora, que entra en funciones provisionalmente y en tanto se apruebe su elevación definitiva por el Gobernador Civil de la Provincia, a Francisco García Álamo, pasando al mismo tiempo a dicha primera Autoridad los nombres de los que deban ser nombrados por la misma entre los veinte que se remiten. Con lo que se dio por terminado el acto, que firman los concurrentes anteriormente expuestos, extendiéndose la presente acta por triplicado, quedando un ejemplar en este Ayuntamiento y entregándosele los otros dos al Comandante comisionado.”
Aunque en aquellos cuatro días vertiginosos no se registraron víctimas en todo el norte de la isla, el nuevo régimen impuso rápidamente un férreo control sobre la población. Se ordenó la detención de los miembros de las juntas gestoras, concejales, líderes sindicales y los integrantes de los comités de resistencia republicanos organizados por los ayuntamientos.
Con ello se cerraba una etapa de incertidumbre y se abría otra marcada por la represión, la vigilancia y la implantación del nuevo poder militar en la comarca.
Las detenciones en Agaete
Entre 1936 y 1937, las detenciones se intensificaron en Agaete. En total, medio centenar de vecinos fueron detenidos y encartados por las nuevas autoridades militares.
La mayoría de ellos eran personas que habían mantenido una relación directa con la resistencia al levantamiento militar, o que formaban parte del sindicato SOVA (Sociedad de Oficios Varios de Agaete), así como vecinos cercanos a don Fernando Egea, figura destacada del republicanismo local.
Estas detenciones marcaron el inicio de una etapa de represión y silencios forzados, en la que muchos vieron truncadas sus vidas por su ideología o por su participación en la vida política y social de la villa durante los años de la República.
Con el paso de los meses, muchos de los detenidos terminaron sintiéndose afortunados dentro de su desgracia. A pesar de lo duro que resultó su paso por los campos de detención, algunos llegaron a agradecer haber sido arrestados por la justicia militar: al menos eso les dio una mínima garantía de supervivencia.
Y es que muchos de los que no fueron detenidos oficialmente , ya fuera porque su participación en los hechos no se consideró grave, o simplemente porque nadie los denunció, acabaron meses después en manos de la policía política, grupos paramilitares o la Falange. De ellos, numerosos fueron asesinados y sus cuerpos desaparecieron, engrosando la larga lista de víctimas sin rastro de aquellos años oscuros.
Desde el 21 de julio de 1936, para buena parte de los 4.400 vecinos de Agaete, la vida cotidiana se transformó en un constante estado de temor. Las detenciones y los interrogatorios se volvieron parte del día a día. El calabozo municipal, ubicado en el ayuntamiento, comenzó a llenarse de prisioneros, y cuando se reunía un grupo suficiente, eran trasladados en la camioneta de “Salvador el de Inocencia”, requisada para esos fines.
El recorrido era siempre el mismo: primero un pase por el Gobierno Militar del Parque San Telmo y La Isleta, y finalmente su destino final, el Campo de Concentración de Gando, donde permanecían recluidos en duras condiciones.
Bando en el que se ordena detener a todo persona que llegue a Agaete después es del 18 de julio sin ser residente en el pueblo. (archivo municipal de Agaete)
Los primeros detenidos
En Agaete fueron detenidas un total de 55 personas, acusadas de haber participado en actos que los militares consideraban contrarios a los bandos de guerra y al Código de Justicia Militar. De ellas, 46 fueron procesadas directamente por rebelión militar, un cargo que, en aquellos días, bastaba para justificar cualquier tipo de encarcelamiento o castigo.
El primer detenido fue Carlos García Trujillo, auxiliar de farmacia de 30 años, arrestado el mismo 21 de julio, día de la llegada de las tropas al municipio. García Trujillo trabajaba junto a don Fernando Egea y, probablemente, su detención buscaba obtener información sobre el paradero del farmacéutico, que en ese momento permanecía oculto.
Llama especialmente la atención el caso del joven Cirilo Tadeo del Rosario, de tan solo quince años, hijo de quien años más tarde sería alcalde socialista de Agaete, Javier Tadeo. Cirilo trabajaba como mozo en la farmacia y fue detenido el 27 de julio de 1937, permaneciendo un año en el Campo de Concentración de Gando. Posteriormente fue absuelto por el Consejo de Guerra, al aplicársele la eximente completa de menor de edad.
Estas historias reflejan la dureza y arbitrariedad de aquellos primeros meses del nuevo régimen, en los que la sospecha y la denuncia bastaban para arruinar una vida.

Reconstrucción detenciones.
El 22 de julio, apenas un día después de la llegada de las tropas, comienza a caer parte del comité de resistencia. Entre los primeros detenidos se encuentran Saturnino Rodríguez, cuñado de mi abuelo paterno, Juan Rodríguez y Vicente Benítez. Dos días más tarde, el 24 de julio, son arrestados Jesús y Clemente Pérez, conocidos como los Turroneros, así como mi tío Santiago García Febles, quien pasó seis meses en el campo de concentración de Gando antes de ser finalmente absuelto.
El 4 de agosto, fecha tan señalada para las gentes de Agaete, se entrega el alcalde Miguel Pérez García. Fue condenado a muerte, aunque la sentencia le fue conmutada por prisión perpetua. Permaneció encarcelado hasta el 11 de junio de 1943, convirtiéndose en el último preso de Agaete en salir del campo de concentración de Gando. Aún en libertad, debió presentarse cada quince días en comisaría hasta 1948, reflejo de la larga sombra de control que se extendió durante años sobre quienes habían ocupado cargos republicanos.
A lo largo del mes de agosto, rara era la jornada sin nuevas detenciones. Nadie parecía quedar al margen. Fue arrestado incluso el secretario del ayuntamiento, don Mariano Atienza Ruiz, quien apenas seis días antes había redactado y certificado el bando de los sublevados. En su caso, pasó solo dos días detenido, acusado de proferir insultos contra el “Caudillo”.
También fue detenido el médico don Víctor Mendiola Álvarez, encarcelado durante poco más de un mes por el simple hecho de haber ejercido como alcalde accidental durante algunos días de mayo de 1936. Finalmente, tanto Mendiola como Atienza fueron absueltos y liberados de cargos, aunque sus detenciones simbolizan bien el clima de miedo y arbitrariedad que reinaba en aquellos días.
Comunicación alcalde de Guía, detención del médico de Agaete ,Víctor Mendiola. (archivo municipal)
Algunos lograron escapar y permanecieron varios días escondidos en las cuevas de Tamadaba y en las alturas de Guayedra. Sin embargo, las partidas de falangistas armados no tardaron en salir a buscarlos. Muchos fueron detenidos y otros, exhaustos tras días de huida, terminaron entregándose. Las primeras detenciones fueron realizadas por militares acompañados de falangistas locales, encargados de guiarlos e identificar a los denunciados. Algunos detenidos ni siquiera tuvieron tiempo de deshacerse de sus carnés del SOVA y, en su desesperación, se los comieron durante la fuga.
El 18 de agosto, tras un pasacalles con papahuevos incluidos, se izaron las nuevas banderas “nacionales” en el Ayuntamiento, el Casino La Luz, el cuartel de la Falange y la estación de telégrafos. Todo ocurrió entre voladores y repique de campanas, en un ambiente descrito por la prensa de la época con “entusiasmo inenarrable”. Nada sorprendente, conociendo el carácter festivo y acomodaticio de mis paisanos. Los actos estuvieron presididos por el nuevo alcalde, el señor Esparza Martín, el delegado gubernativo, el sargento Olegario, y el capitán de la Falange.
En los primeros días de agosto, la junta gestora municipal designada por los militares nombró como nuevo alcalde al joven de 29 años Pedro Esparza Martín. Su primer mandato fue breve, ya que poco después marchó como voluntario al frente con las Banderas de la Falange. Más adelante, tras su regreso, volvió a ocupar el cargo de alcalde.
Para instruir los expedientes y sumarios relacionados con los hechos ocurridos desde el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, se creó en Gáldar el Juzgado Militar Eventual nº 4. Este órgano recibía las denuncias de particulares y solicitaba a los ayuntamientos informes sobre las conductas de las personas señaladas. La documentación correspondiente a esos informes ha desaparecido del archivo municipal de Agaete, a diferencia de lo ocurrido en otros municipios, como el de Guía, donde sí se conserva.
Para instruir el sumario de los hechos ocurridos en Agaete se abrió, dentro de la causa 97/1936, la pieza separada nº 2.
Se nombró Juez Instructor de esta causa al alférez Ismael Sánchez Rodríguez y como Secretario al sargento Antonio Raluy Rivero.
Resulta curioso que, en la documentación militar de los campos de detención, las personas de Agaete aparecen identificadas por sus apodos. Entre los detenidos figuran personajes muy conocidos por la gente de mi generación: Pancho Terrible, Maranto, el Panchón, el Vivo, el Ratón, el del Pito, José el de Joaquina, el Canario, Antolín, Matamala, Manofran, Juan Pepa, Mano Cristóbal, e incluso un polaco soñador que, por casualidad, se encontraba en Agaete y se sumó a la resistencia: León Adam Kleim, cuchillero de profesión.
En febrero, los juzgados militares solicitaron informes a los alcaldes sobre la conducta de los republicanos detenidos o denunciados. Las respuestas de los alcaldes los convirtieron, en la práctica, en verdaderos jueces y artífices de las condenas o absoluciones posteriores.
Una de las primeras medidas del nuevo régimen es la depuración del magisterio, acabando con la enseñanza de los valores laicos y republicanos e imponiendo los del nacional catolicismo, expulsando del magisterio a todos los que habían tenido significación con la izquierda republicana.
Se coloca en todas las aulas junto al crucifijo los retratos de Franco, "Caudillo por la gracia de Dios" y del líder de la falange José Antonio, lo que produce la confusión de algunos niños que llegaron las pensar que teníamos nuevos santos.
Se le da culto a la nueva bandera y se cantan cánticos patrióticos falangistas, así como se reza todos los días a la entrada y salida de las clases. En aquellos días se cantaba en Agaete la coplilla que decía; ".....en el cielo manda Dios y en la tierra manda Franco...", de lo que no había duda.
Bando creando el Delegado Militar en la Enseñanza Primaria, para inspeccionar las labores docentes en lo relativo a las normas del nuevo estado.
(Recreación procesión de todos los santos)
Los santos permanecen una semana en la parroquia, con misas y rezos diarios, donde según las crónicas de la época se dan 4.000 comuniones.
Es vozpópuli que algunos antiguos republicanos cambiaron de camisa o vestían a su hijos de falangista "por si acaso", aunque muchos nunca agacharon la cabeza ni comulgaron con el régimen.
Ya conocen la detención y posterior desaparición de sus compañeros en abril de 1937, 27 en total, lo que les debió aumentar su angustia aún más (El total de gente de Agaete desaparecida puede llegar a los 33, contando residentes en otras localidades y muertos por enfermedades en los campos de concentración, cuyos cadáveres fueron enterrados en fosas comunes).
"En la plaza de las Palmas a 1 de Junio de 1938.- Reunido en el Hogar del Soldado del Cuartel del Grupo Autónomo Mixto de Zapadores y Telégrafos número cuatro, el Consejo de Guerra Ordinario de Plaza, para ver y fallar la causa 97/36."
"Resultando probado y así se declara; que declarado el estado de Guerra en este Archipiélago en la primeras horas de la mañana del 18 de Julio de 1936, al iniciarse el Movimiento Nacional los elementos marxistas de la Isla y adictos al Frente Popular, declararon la huelga general revolucionaria para hacer abortar el movimiento a tal fin y bajo suprema dirección de Fernando Egea Ramírez y Eduardo Suárez Morales, se levantaron partidas armadas en diversos pueblos del Norte de la isla que trataron de resistir y oponerse al Movimiento que el ejército iniciará en aquel memorable día. Así el Alcalde accidental de la Villa de Agaete Miguel Pérez García identificado con los cabecillas antes nombrados tan pronto tuvo conocimiento de la declaración del Estado de Guerra publicó un bando por el que se obligaba los vecinos de dicho pueblo a hacer entrega de todo género de armas cortas y largas, municiones y explosivos, bajo severas sanciones al propio tiempo que de entre los elementos incondicionales del marxismo designaba comisiones para la incautación de dichas armas y explosivos. Así mismo, disponía el referido procesado Miguel Pérez García la requisa de vehículos para ser utilizados por los rebeldes en el transporte de ... y sustancias explosivas, la requisa de un surtidor de gasolina del pueblo y de diversos utensilios, procediendo en unión de aquellos otros elementos a la organización de partidas armadas a las que se encomendaba la vigilancia de carreteras y caminos, y la práctica de detenciones y registros domiciliarios.
Vistos con los citados artículos treinta y tres y cuarenta y cuatro del Código Penal, además de general aplicación del mismo y del de Justicia Militar y sentencia del Alto Tribunal de Justicia Militar de 9 de septiembre de 1939.
Una de muerte, Alcalde Miguel Pérez García (conmutada por cadena perpetua) y 20 penas de cadena perpetua, 23 absueltos y dos sobreseído por fallecimiento durante la instrucción de la causa.
Además de la causa general 97/36, hubieron varias causas más donde estaban implicados personas de Agaete.
Causa 99/36, contra el soldado de zapadores Sebastián de la Nuez Rodríguez por abandono del servicio de las armas. Al parecer estaba Chanito Nuez de servicio el 2 Agosto 1936 en el Mercado del Puerto de La Luz y al ser relevado en vez de regresar al cuartel, cogió la guagua, con el fusil, la munición y se fue para Agaete, no precisamente para las fiestas, cuando llegó y la familia le convención, regresó a entregarse, siendo detenido en Arucas cuando en guagua regresaba al cuartel. Le caen 6 años y 1 día de prisión, siendo puesto en libertad el 4 Agosto 1940.
La 152/36, contra Manuel Cruz Medina (Manuel Marrón), marinero, hijo del dueño de la falúa donde huye Egea, por desobediencia grave a la Autoridad, siendo condenado a 4 meses de prisión, estuvo detenido desde 21 Agosto 1936, al 14 Febrero 1937.
Los detenidos gubernativos fueron los siguientes: Juan Álamo Quintana, detenido el 23 Julio 1937 y puesto en libertad el 8 Septiembre 1936, fue 2° Teniente Alcalde y actuó de apoderado del Frente Popular en las elecciones de febrero 1936. Fernando García Alonso, por desorden público, estaba detenido desde el 31 Enero 1937, condenado a dos meses de prisión y liberado el 31 Marzo 1937. Víctor Mendiola Álvarez, Médico y Alcalde accidental a la llegada de la República. Estuvo detenido como Gubernativo, desde 23 enero al 5 marzo 1937, Santiago García Febles (4 meses en prisión), tío mío y Antonio García Godoy, estos por ir en el camión con el cañón de las fiestas a la Cuesta Silva. De igual manera que este último, estuvo Juan García Viera detenido 20 Diciembre 1936.
Una sorprendente detención fue la de Mariano Atienza Ruiz, Secretario del Ayuntamiento de Agaete, por proferir insultos "contra el movimiento y su Caudillo", estuvo detenido del 24 al 26 Julio 1936 (dos días). Solo hubo detenida una mujer, María del Rosario Santana, sirvienta, que del 8 al 10 de Agosto (2 días) estuvo en prisión, ignorándose las razones de esta detención.
Además de todo lo anterior, la Guardia Civil interviene, en fechas muy posteriores al levantamiento militar, en la recogida de los siguientes explosivos:
El 2 Diciembre 1937, en la calle Juan de Armas, donde estuvo el sindicato SOVA, dentro de un saco roto, 13 cartuchos de dinamita en forma de petardo con sus correspondientes mechas. Estaban muy deteriorados por el tiempo que estuvieron abandonados.
El 7 Diciembre 1937, en la calle Guayarmina, en los alrededores de una manojo de caña para plantar tomateros, 7 petardos de dinamita con sus correspondientes detonadores y mechas en disposición para ser usado. La noticia llega a la Guardia Civil por Augusto Esparza Arteche, Secretario del Juzgado Municipal, por denuncia de Leonor Martín Bermúdez.
En total aparecen según los archivos militares, 55 personas detenidas y sometidas a la justicia militar o gubernativa en Agaete. Esto en un pueblo de unos 4.400 vecinos es una cifra enorme, si la comparamos con los pueblos del entorno, Galdar y Guía juntos, donde son detenidos 105 personas, con cuatro veces más población. San Nicolás cuatro detenidos o Teror seis,....
Durante la Guerra Civil se habían llamado a filas en Canarias a 70.000 hombres forzosos, más otros 1.400 que decidieron ir voluntarios (el total es de 71.310), de los reemplazos de 1927 a 1941(foro militar Gran Capitán). Entre 18 y 45 años no quedó prácticamente nadie en buenas condiciones, que no se librará de vestir el uniforme militar. Muchos se las ingeniaron para no coger el fusil, entre ellos, mi abuelo Santiago Santana y su cuñado, mi tío "Magín", con la connivencia del Teniente médico militar, natural del pueblo y conocido suyo, D. Francisco de Armas Medina, (Paquico) se libraron fingiendo sordera. El tribunal médico les llegó a tirar monedas al suelo a sus espaldas para ver si se daban la vuelta, cosa que no hicieron por estar ya advertidos por el Teniente de Armas Medina, eran pescadores y librarse de la guerra les costó unas cuantas samas y bonitos. Otros muchos emigran clandestinamente a América para no ir al frente, quedando en busca y captura, no pudiendo volver hasta después de 1969 que prescribieron los delitos, algunos no volvieron jamás.
La villa quedó prácticamente sin hombres jóvenes, unos en el campo de concentración y otras en el frente de guerra. Mi abuelo Santiago, que era el cantinero del casino la Luz, tuvo que cerrar ante la ausencia de socios.
El ejército de Franco, más preocupado de la marcha de la guerra, que no iba como ellos habían previsto, con la fuerte resistencia de Cataluña, el norte, el levante y sobre todo Madrid, se dedica a movilizar y preparar a los jóvenes para enviarlos al combate en la península.
El 20 de noviembre es fusilado en Alicante por aplicación de las leyes de la república, el líder fascista José Antonio Primo de Rivera, al que los falangistas profesan una veneración casi divina, lo que indigna y radicalizan aún más a sus seguidores.
Sobre finales del año 1936, en Las Palmas se produce un intento serio de asalto al cuartel de infantería de la Isleta, el RIC-39, con la ayuda de mandos y soldados republicanos. El intento falla, se producen más de cien detenciones, son procesadas 60 personas, de ellos 24 militares, de los cuales seis son condenados a muerte y ejecutados el 4 de marzo de 1937, junto con cuatro civiles.
El plan consistía en hacerse con la armería, asaltar el campo de concentración que se encontraban en las proximidades, armar y liberar a los presos republicanos, tomar las diferentes unidades de la Isleta y hacerse con el control de la isla.
Los militares ya habían empezado a armar a la falange desde finales de diciembre, entregándoles 300 fusiles máuser y 15.000 cartuchos, dándoles amplios poderes para efectuar patrullas, detenciones y registros que consideren conveniente para mantener el orden.
Las desapariciones de Arucas son conocidas por toda la comarca, lo que produce el pánico entre los republicanos de Agaete, algunos duermen fuera de sus domicilios, haciéndolo en la cuevas de Bisbique los del Valle.
El día 1 de abril le toca turno a Galdar, se llevan 13 personas. Hay poca documentación por razones obvias sobre este asunto, ya han fallecido todos los que tuvieron responsabilidad directa en aquellos hechos, los de un bando y los del otro, pero tenemos los testimonios de los testigos que quedan vivos, niños en aquellos años y la tradición oral.
A primeros de abril de 1937, la Falange de Agaete ya tiene hecha la relación de "elementos de izquierda o sospechosos de hostiles al nuevo régimen", la componen casi un centenar de personas según algún testimonio.

Uno de los lugares donde estuvo el Cuartel de la Falange de Agaete, c/ José Sánchez 4. anteriormente estaba en calle León y Castillo.
La tarde del 4 de Abril de 1937, se personan jerarcas de la falange de Las Palmas y Arucas en Agaete, se reúnen en un domicilio de las proximidades de la iglesia parroquial con los jefes locales del partido único, leen y discuten en voz alta el listado de personas hostiles al nuevo régimen a detener, determinados nombres son escuchados por una sirvienta que se queda con algunos de los nombrados y les puede avisar, evitando su detención.
Mientras en el cuartel de la falange, hay un movimiento inusual de militantes, se planifican todos los detalles de las detenciones, con ocupación de azoteas próximas por falangistas locales, para evitar la huida de los detenidos.
Acuerdan que sea a las doce de la noche el comienzo de la "operación", para asegurarse que están en sus casas.
Sobre las once de la noche atraviesa el pueblo un siniestro convoy compuesto de una guagua y varios vehículos cargados de falangistas armados de pistolas y fusiles mauser, se dirigen al Lomo de San Pedro, en el Valle de Agaete, donde les esperaban uniformados los falangistas locales.
El Valle de Agaete es el fiel reflejo de las dos España que decía el poeta, una sita en los alrededores de la ermita de San Pedro y otra en el otro lado del barranco, el "Barrio" o Vecindad de Enfrente, donde residían los jornaleros, los más pobres, otro tanto parecido pasa en el pueblo con la "Villa Arriba y los alrededores de la iglesia o la Villa Abajo".
A las doce de la noche comienza la tragedia, con el listado en una mano y el fusil en la otra, las diferentes patrullas falangistas, van de casa en casa de la Vecindad de Enfrente, sacando uno a uno a unos pobres jornaleros, la mayoría analfabetos, que no habían cometido más delito que defender la legalidad, haber participado el alguna huelga, haber pertenecido a alguna organización sindical que defendía sus derechos laborales, haber hecho algún comentario contrario a las nuevas autoridades, incluso alguno simplemente porque le había quitado la novia o cualquier otra rencilla personal con alguno del otro bando según la tradición oral. Muchos ofrecen resistencia y son agredidos, vejados y maniatados. Son trasladados a la plaza de San Pedro y desde allí a la guagua que esperaba en el Lomo.
Reconstrucción literal de la carta por mi, según la descripción que realiza Pedro Medina Sanabria en su blog;
Vivía Cesar con su familia en la calle Guayarmina número 15, en el casco urbano, ya de noche cerrada, tras terminar la "faena" del Valle, se personaron en su domicilio los jóvenes falangistas de la Villa, perfectamente identificados, en compañía de otros desconocidos uniformados con camisas azules, procedentes de otras localidades, previamente habían ocupado dos azoteas de la parte posterior de su vivienda, para evitar su huida, proceden a su detención diciéndole que es para tomarle declaración, siendo trasladado a la guagua que se encontraba en el centro del pueblo, son maniatados y maltratados.
Esa noche sacan de la villa a 27 hombre, cinco en el pueblo y veintidós en el Valle, de los que nunca más se supo, junto con otros más naturales de la villa o desaparecidos en los campos de concentración, hacen un total de 33 vecinos de Agaete que salieron para nunca más volver.
Dña. Juana Cabrera, esposa de D. César Expósito, acude rápidamente a la cercana casa de su hermana Pino, conocida como "Pinito Herrera", ya fallecida, extraordinaria persona que tuve el placer de conocer, mujer de fuerte carácter que no se amilana ante nadie.
Aún se encontraba la guagua con los detenidos en el centro del pueblo cuando Pinito se acercó a ella tratando de localizar a su cuñado César para entregarle algo de dinero, pensando que iba camino del campo de concentración. Cuenta que la guagua llevaba las cortinillas cerradas y solo se escuchaban gritos y lamentos en el interior. Cuando la guagua arrancó, Pinito la persiguió por las calles del pueblo mientras sus fuerzas aguantaron.
Al día siguiente Pinito junto a su hermana Juana y varias madres y esposas de Agaete se dirigen a la sede de la Comisaría de Orden Público, sita en la calle Luis Antúnez, en el barrio de Alcaravaneras de Las Palmas, presunto destino de los detenidos, allí a través de rendijas y ventanas, pueden ver a algunos de los detenidos, Dña. Juana reconoce a su esposo con la cabeza vendada y observa el lamentable estado físico por los golpes recibidos de la mayoría de los allí detenidos.
Dña. Justa también logra ver a su hijo, por lo que se quedan más tranquilas, al siguiente día cuando vuelven a ir para llevarles ropa, les dicen que ya no están, que en el caso de unos, habían sido liberados y en el de otros, habían sido enviados al campo de Concentración de Gando.
Muchas no pudieron aguantar el vivir o cruzarse con los captores o delatores de sus maridos e hijos y decidieron abandonar la localidad.
Aunque el régimen trato de borrar todo rastros de los hechos, no existe el crimen perfecto y las desapariciones son confirmadas por escrito, en muchos de los casos por las propias autoridades franquistas, así consta en los documentos relativos a las revistas militares anuales que tenían que realizar los jóvenes en 1943 y 1945, pertenecientes a los reemplazos de 1934 a 1936, una vez licenciados, o los escritos en que se solicita si los huérfanos de los desaparecidos, tienen mismos derechos que los de los caídos en el frente.
La hipótesis más verosímil es que fueron asesinados y arrojados sus cuerpos al mar o a la tristemente famosa Sima de Jinámar.
A principios de los noventa, circulan por el pueblo, unos escritos anónimos, dirigidos a los entonces "falangistas" que aún quedaban vivos o a sus familiares, en abril de 1991, vuelven a circular (los conservo), donde se contaba lo sucedido en el Valle con bastantes y dolorosos detalles, con nombres y apellidos de todos los que habían participado de una manera u otra. Están planteados en términos injuriosos, llenos de rencor, odio y humillación contra los hijos de aquellos que participaron en las "sacas" y que nada tuvieron que ver, razón por lo que no los publico.
A raíz de ese escrito y denuncia, por mi responsabilidad profesional en aquel momento, entablo conversación y establezco cierta amistad con uno de aquellos, entonces joven idealista falangista, de poco más de veinte años en 1937, que había recibido uno de los anónimos, ya octogenario en aquellos años, se trataba de PGG, ya fallecido, fue uno de la "cuadrilla" que participó en la detención del hijo de Dña. Justa y otros en el Valle, según la carta anónima y él mismo reconoció. No note en "Periquito" remordimiento, ni arrepentimiento alguno por aquellos hechos, los consideraba como un acto más de la guerra que se vivía, si bien según él, nunca pensó que los iban a matar, que simplemente iban al campo de concentración, como en anteriores detenciones, le echaba la culpa a los que habían venido de Arucas. Estaba convencido de que había hecho un bien a la nación y que gracias a aquellas actuaciones y la guerra, "España se salvó del comunismo". Contaba que fue algo doloroso porque algunos eran sus amigos de la infancia, sus vecinos. Sobre la violencia empleada y que el escrito anónimo describía, le echaba continuamente la culpa a los que habían venido de fuera, juraba una vez y otra que él ni los tocó.
La palabra que repetía continuamente era; "son todos unos comunista", le dolía y no aceptaba que en aquel momento gobernara el PSOE, se preguntaba; ¿para qué habían hecho su generación una guerra?. Era difícil sacarle palabras sobre el asunto, pero recuerdo que afirmaba que no todos llegaron a Las Palmas y que no estaban tan lejos.... Esas mismas palabras me las comentó en otra ocasión otro simpatizante de la falange, no había manera de sacarles más información, parecía que habían firmado un pacto de silencio sobre los hechos. Otra de las cuestiones que recuerdo que me comentó fue; que del pueblo no se llevaron más porque ya eran muchos los que traían del Valle y ya estaban avisados.
A raíz de la solicitud de Doña Justa, relativa a la desaparición de su hijo, según el investigador Juan Medina Sanabria, (www.pedromedinasanabria.wordpress.com/2012/03/27/preguntas-de-una-madre/) el Comandante Militar de Canarias, (Santa Cruz de Tenerife) D. Carlos Guerra Zagala, con fecha 14 de Julio, pasa la solicitud al Gobernador Militar de Las Palmas, para que le informe sobre los hechos denunciados. (archivo Histórico Militar SCT, del blog de Pedro Medina Sanabria).
Se desconoce lo que le informa el Gobernador Militar de Las Palmas en este caso, pero si se conocen otros informes por desapariciones y la contestación es siempre la misma; "Se informa que el dia...., fue puesto en libertad".
Lo cierto es que la de Agaete es la última saca organizada que hubo, si bien aún hay contabilizados algún desaparecido aislado en Las Palmas.
AGAETE, poema " por aquí pasó la muerte"
Las desapariciones de republicanos de marzo y abril de 1937, consigue el efecto perseguido, la resistencia al golpe desaparece, la falange lo domina todo, el miedo es tan grande que pertenecer al nuevo partido da tranquilidad, asegura algo de comer del auxilio social y una precaria asistencia médica, lo que hace que incluso algunos republicanos se convierten al nuevo régimen, visten a sus hijos con la camisas azules y los afilian a la nueva organización juvenil del "movimiento", los flechas y los balíllas, donde desde muy temprana edad se adoctrina a los jóvenes en el "nuevo orden".
Una de las primeras y curiosas medidas que toma el nuevo alcalde de Agaete en agosto de 1936, el falangista Pedro Esparza Martín, es prohibir jugar a la baraja, en aras de la nueva moral, eso si, excepto el "tresillo", un juego muy de moda. La multa es de diez pesetas, con incautación de las barajas. Esto es como si se prohíbe el alcohol excepto el ron. Los encargados de la vigilancia de esta norma son las "milicias patrióticas" (la Falange), junto con el único guardia municipal de que dispone el consistorio.
Una de las curiosas "bajas" de la guerra es la de Jaime del Rosario, un africano musulmán que llegó a Agaete en su juventud, siendo adoptado por una familia. Jaime abrazó la fe católica, recibiendo las aguas bautismales en la iglesia de la Concepción. "El Morito", embarca en la primera expedición de voluntarios de la Falange y cae en el frente de Extremadura, donde combatían la mayor parte de los canarios movilizados. La brillante pluma del estudiante de medicina, Jefe de la Falange de Agaete, Benjamín Armas Álamo, describe así sus últimas palabras al despedirse de él antes de embarcar; "Yo no tener fincas ni propiedades que defender, sentir en mi una fuerza que me empuja a defender España".....
Mientras el hambre y el paro agobia a las gentes de Agaete, en marzo de 1937, al alcalde D. Valentín Armas, mediante un Bando, ordena a los pescadores vender con preferencia a los residentes en la localidad las sardinas y demás pescados para que a su vez los puedan revender o cambiarlos por otros productos y ganarse la vida, en vez de venderlo a las borriqueras que venían de otras localidades, mayormente de Galdar.
Esto a la mayor parte del pueblo de Agaete le debió sonar a música celestial, pues si ya era un milagro llenar un plato todos los días desde muchos años antes de la guerra, como para tener segundo y postre. Algunos que regresaban del campo de concentración llegaron a echar de menos los dos cucharones de rancho al que tenían derecho al día, una mezcla de fideos, alguna legumbre y tocino, más un cazo de café aguado .
Las cabras, las gallinas y demás animales domésticos, las sardinas tostadas que los cuatro chinchorros del pueblo cogían, cuando habían, los potajes de hierbas silvestres sancochadas, como los jaramagos, hinojos, cardos...., son la salvación de las familias de Agaete. Se instala una economía de supervivencia.
"Centenares de banderas y colgaduras daban un matiz de alegría a la par que anunciaba una nota victoriosa de un pueblo que renace y se forja en el dolor. Por la mañana, celebrose en la Plaza una Misa de campaña a la que asistió el pueblo en masa y las Milicias de F. E. T. y de las JONS debidamente uniformadas; mas tarde las Autoridades Militares, Civiles y Eclesiásticas pasaron a las Escuelas a escuchar la disertación que los Maestros dedicaban a los niños en conmemoración del primer aniversario del glorioso Movimiento" (Augusto Esparza 18 de julio de 1937, diario la Falange 29-07-37)
Las fiestas durante los primeros años de la guerra solo se circunscriben a los actos religiosos.
En septiembre de 1937, el ayuntamiento ya funciona con normalidad siendo su horario el siguiente;
Uno de los pocos entretenimientos que hay es escuchar los discurso de los jerarcas del régimen y las novelas radiofónicas a través de la radio, los agaetenses se congregan todas las tardes en las pocas casas que tienen receptor de radio para escucharlas. Destaca las protagonizadas por la notable artista de radio Las Palmas, natural de Agaete Luci Cabrera.
Agustín Millares Sall: El paraíso de los nudos, 1979, pp. 330-331
La inestimable tradición oral y testimonios de los que entonces eran niños y aún viven, en especial a mi padre José Santana Medina.





































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Extraordinario reportaje. Felicitaciones!!
ResponderEliminarExtraordinario reportaje. Felicitaciones!!
ResponderEliminarMuchisimas gracias.
EliminarExtraordinaria investigación y reportaje. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarMuchas gracias por todo este trabajo
ResponderEliminarImpresionante trabajo de investigación, José Ramón. Enhorabuena!
ResponderEliminarMenudo trabajo de documentación tan grande. No tengo palabras de agradecimiento. Lo he leido con mucha atención. Gracias por no olvidar a todos estos hombres y sus familias.Que no se olviden.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por este documentado y muy interesante trabajo. Solo como anécdota de ese tiempo diré que mi padre, Luis Muñoz Carrascosa, fue maestro en Agaete en el curso 1935-1936. Vivía en Las Palmas y durante los días lectivos residía en la Pensión de Tadeo. Conoció al farmacéutico Egea quien le ofreció una habitación donde vivía y allí residió con él. Afortunadamente cuando se declaró el Movimiento mi padre estaba en Las Palmas de vacaciones. Aunque su pensamiento era de izquierdas no tuvo militancia ni actividad política alguna.Sin embargo el hecho de vivir en la misma casa de Egea no lo hubiese librado de graves problemas.
ResponderEliminarSi lo desea, me gustaría comunicarme en privado con usted. Soy familia de un amigo de su padre. No sé cómo contactar con usted sin dar datos personales en público. Me gustaría saber algo más sobre su padre y poder contarle quién es mi familiar, ya que estoy seguro que se llevará una grata sorpresa al saber de quién le hablo
EliminarGracias por este trabajo
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