Agaete, aunque cada vez menos y lamentablemente, aún conserva en su casco antiguo la esencia de un caserío morisco: callejones estrechos, casas cúbicas escalonadas en las laderas, fachadas blancas y encaladas, tejas árabes en las viviendas más antiguas, y una iglesia cuya cúpula amplia recuerda, en su forma y presencia, a una gran mezquita. Las palmeras, antaño abundantes, completan un paisaje que hoy resiste, pero se desvanece poco a poco.
El carácter de la gente de Agaete me trae a la memoria a los vecinos del Sáhara Occidental, con quienes compartí diez años de mi infancia y adolescencia: hospitalarios, alegres, callejeros, pacientes, profundamente afectuosos. Incluso sus rasgos físicos —piel morena, cabello negro ensortijado, labios carnosos, parecen más emparentados con nuestros hermanos africanos que con los conquistadores europeos.
Si tenemos en cuenta que la población de la villa en 1737, es de 168 vecinos, según las Constituciones Synodales del obispado y según el historiador Pedro del Castillo, 170 vecinos en 1739, el porcentaje de población morisca y negra, sobre el total de la población debió ser elevado.
El testamento de Antón Cerezo, fechado en 1535, propietario del ingenio azucarero de la villa, página 88 dice: "Mando que Juana mi esclava de color negro sirva a mis herederos cinco años después de mi muerte y servidos sea horra y libre, por los buenos servicios que me ha hecho, y Jacomito niño hijo dicha esclava, sirva a mi hijo Francisco Palomar hasta los veinte años que será libre horro de todo cautiverio y sujeción, mando a mi hijo que lo vista y trate igual que lo he tratado yo desde el momento que nació en mi casa".
El testamento de las hermanas Juana de Cabrejas y Betancurt y Francisca de Cabrejas y Betancourt, dado en el año 1704, descendientes del último rey aborigen Tenesor Semidan, bautizado Fernando Guanarteme, propietarias de una tercera parte del "redondo de Guayedra", dejan esta propiedad a sus familiares y sucesores con la condición de estar obligados a casarse con personas cristianas, no descendientes de negros, mulatos, esclavos, moros o judíos, excluyendo incluso a los recién convertidos.
En febrero de 1608, la inquisición procesa a Francisco, natural de Agaete, esclavo negro de Alonso de Medina.
En agosto de 1704, el tribunal de la inquisición procesa a la mulata Juana Suárez natural de Agaete, conocida como "la aulaga", por practicar brujería, y así un largo etc.
La esclavitud fue abolida a principios del siglo XIX.
La población de Agaete siempre tuvo fama de ser más oscura que la del resto de la isla, aunque ya hoy en día el mestizaje y la globalización va acabando con dicha herencia. Aun en la actualidad muchos agaetenses llevan unido a su nombre el apodo "el negro".
La de lugar de abundantes culatas, culatillas, sitios con mucha agua.
Otra más que la relaciona con la cabra culeta por lo oscuro del torso desnudo y el calzón blanco que usaban los pescadores de la villa.
La muy elaborada del periné y el origen portugués de la palabra culeta.
La que lo relaciona con la lejanía de la capital antes del siglo XX, cuando no habían carreteras, Agaete era el culo del mundo.
Como el significado de la palabra Agaete o la misma rama, "no busquemos más explicaciones, no la tiene ni la encontraremos", ni falta que hace.