Fíjense si es importante la luz eléctrica, que lo primero que dijo Dios cuando creó el mundo fue; “Haya luz” y hubo, aunque a Agaete tardó unos cuantos años en llegar, concretamente a finales de la década de los años veinte del pasado siglo cuando, don Juan García Rosario decide montar una "fábrica de electricidad", y comienza a hacerse la luz en la entonces oscura villa. El 1 de enero de 1938, el negocio es traspasado a don Segundo del Rosario Jiménez, tras su regreso de Cuba con algunas “perras” ahorradas.
Hasta esos años Agaete era un pueblo “con pocas luces”, además de la farola del mar, en la punta del viejo puerto, que en el crepúsculo encendía el guarda muelle, sirviendo de faro en las noches oscuras a las embarcaciones y pescadores, solo había unas pocas lámparas en las calles más céntricas; alimentadas con brea en un principio y más tarde con aceite, carburo y un derivado del petróleo que en Canarias llamaban belmontina, siendo el encargado de encenderlas el “sereno municipal”.
La farola del mar, en la punta del muelle viejo (FEDAC).
Con ayuda de ingenieros y técnicos alemanes, poco a poco la electricidad se fue extendiendo por el casco urbano de la villa. Una anécdota de esos primeros momentos que se hacía la luz en el pueblo, una lámpara por casa, me la contó mi abuela Nina; su abuelo, ya anciano en aquellos años, la noche que vio por primera vez un bombillo encendido, asombrado por el invento y la novedad, lo primero que hizo después de preparar la cachimba con tabaco bien picado, fue arrimarla a la lámpara encendida, pasado un rato como vio que el tabaco no se encendía, le dijo a su hija; María el Pino, ya nos engañaron, esto no sirve.
En agosto de 1930, el ayuntamiento hace un desembolso extra de 500 pesetas para electrificar la remodelada plaza de la Constitución.
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Durante la convulsa década de los años treinta del siglo XX, la central fue creciendo y haciendo clientes, a pesar de que solo ofrecía luz eléctrica unas horas al día, desde el crepúsculo hasta la medianoche.
La rentabilidad del negocio no era muy buena, las continuas averías, al tratarse casi todo el material de la central de segunda o tercera mano, el encarecimiento del gasoil por la guerra civil y guerra mundial posterior, la falta de repuestos, el intervencionismo del estado en las tarifas aplicadas a los clientes, etc., produjo un enfrentamiento continuo entre el propietario, “Segundito”, y las autoridades locales que no estaban de acuerdo con el servicio que estaba dando.
Tarifas de la central eléctrica de Agaete 1934
A principios de 1940, como medida para aliviar el elevado coste de la central, Don Segundo Rosario propone a las autoridades que le concedan autorización para colocar un molino de trigo y millo, colindante con la nave donde está los motores, aprovechando los mismos para la molienda, así como por la junta de abasto se le provea del trigo y millo suficiente para abastecer a los términos municipales de Gáldar, San Nicolás y Agaete. Para lo que dispone de una camioneta de su propiedad con matrícula nº 5688, con capacidad de 3000 kg.
Plano de la central años cuarenta del siglo XX.
El servicio tiene muchas deficiencias y averías constantes, en especial el del alumbrado público que, en 1946, está compuesto por 32 bombillos y solo funcionan 18, por lo que el alcalde Don José Armas Galván, le llama la atención a “Segundito” en reiteradas ocasiones mediante requerimientos por escrito, llegando a acusarlo de “rebeldía, desobediencia a la autoridad” (APM nº 1048 de 5/11/1947) y de resistencia pasiva a los mandatos de la autoridad. En su descargo, Don Segundo manifestó que hace lo imposible para conseguir materiales eléctricos en condiciones y a precios accesibles, así como que no puede contratar personal técnico especializado por no haber en la localidad y traerlo de fuera resultaría muy caro. A su vez, el propietario le echa parte de la culpa a la deuda que, desde 1935, mantiene el ayuntamiento con su empresa, “unas ocho mil y pico de pesetas” por el alumbrado público que suministra. Dado que el ayuntamiento le acusa de los daños y del fundido de los bombillos de la iluminación pública, por los vaivenes de la potencia eléctrica y a la mala calidad del tendido. Don Segundo, en su descargo, los achaca a la mala calidad de las luminarias usadas por el consistorio, que además usa portalámparas de interiores no actos para lluvia y viento en la vía pública.
En los años de máximo esplendor de la industria, principios de los cincuenta del pasado siglo, la central eléctrica tenía una potencia de 31,50 kv. Y la producción utilizada no pasaba de 43.470 kw-hora al año, por lo que la rentabilidad con los precios establecidos por las autoridades no era nunca del agrado del empresario, “escapando” según Segundito, por la molinería adjunta que funcionaban con el mismo motor que producía la electricidad, un viejo Ruston Hornsby, nº 164578, de 38 caballos.
La molinería, por falta de “granos” debido al racionamiento, trabajaba con intermitencias, no pasando de unas 1500 horas al año, produciendo, entre otros, un gofio que se envasa con la marca comercial, muy agaetense; “Nuestra señora de Las Nieves”, muy apreciado en toda la isla.
Aún se puede observar en muchas viviendas de la villa los viejos aislantes de porcelana donde se enganchaban los cables del antiguo tendido eléctrico.
La central estaba situada en la calle “San Juan”, esquina a la calle “Estanco” de la localidad, de ella partían dos líneas que suministran la electricidad a las viviendas y al alumbrado público del pueblo; una hacia la “villa arriba” y otra hacia “villa abajo”.
Una de las líneas, la que suministraba electricidad a la villa abajo, pasaba por el frontis de mi casa en la calle Guayarmina nº 5. En una ocasión, siendo un niño, me había fabricado una caña de pescar. Después de pasarme un buen rato buscando la caña adecuada en el barranco, haber comprado unos metros de tanza y un anzuelo en la tienda de ”Gerardito”, preparado una boya con un corcho de una botella, solo me faltaba el plomo para completar mi aparejo. Sabiendo que el plomo que hacía la función de fusible de la línea eléctrica estaba en la esquina de mi casa, accesible desde la azotea y que durante el día no había electricidad, no se me ocurre otra idea que quitar los diez o doce centímetros de plomo de la línea y marcharme con los amigos a la pesca de cabozos y gueldes en los charcos de las salinas, entonces abundantes. Cuando regreso, ya anocheciendo, con mi caña al hombro, lo primero que veo es medio pueblo a oscuras, a Hilario (el empleado de la central eléctrica) en la puerta de mi casa con la escalera al hombro, como era habitual en él y a mi madre con la zapatilla en la mano, lo demás ya se lo pueden imaginar.
La vieja central, hoy solo unas ruinas.
El número de empleados que tenía en los años cincuenta del pasado siglo la empresa eléctrica era; un encargado técnico, un montador, dos oficiales de 2ª y un oficial administrativos por horas.
El 2 de mayo de 1964, un ingeniero de la delegación de industria de Las Palmas, se persona en la central y levanta acta de inspección en los siguientes términos:
1) Siguen sin timbrar las botellas de aire comprimido.
2) La red eléctrica de suministro y la instalación eléctrica interior está en condiciones antirreglamentarias.
3) Los dos motores RUSTON están instalados clandestinamente.
Y unas cuantas irregularidades más, según el acta, las conclusiones son que dan dos meses para poner al día la industria o se procederá a su cierre total.
No sabemos cómo, probablemente industria no se atrevió a ordenar el cierre y dejar el pueblo a oscuras, lo cierto es que Segundito siguió aguantando unos años más, con avería día sí y día también, días enteros si luz continuamente.
Recuerdo siendo un niño estar en cine, irse la luz con la consiguiente algarabía del público y el empresario cinematográfico, Don Alberto, mandarte al cercano “motor” que era como llamábamos a la central; niños vayan al motor y pregúntale a Segundito cuanto va a tardar en arreglar la avería, corriendo cuesta Guayarmina arriba nos dirigimos al lugar y le peguntábamos a Segundito; dice don Alberto que cuanto va a tardar en reparar la avería. Don Alberto terminó por comprar un motor que colocó en la parte baja del cine, actual biblioteca, poniéndolo en marcha cada vez que había una avería, lo mismo hicieron en la sociedad La Luz y muchos particulares en aquellos años.
En 1968, hay una oferta por parte de don Juan Miranda, propietario de la central de Gáldar para traer la electricidad a Agaete, y un proyecto de don Segundo para construir una nueva central por cinco millones de pesetas. Ese mismo año se adjudica a la entonces compañía estatal de electricidad Unión Eléctrica de Canarias (UNELCO) un proyecto para llevar la energía desde Santa María de Guía a Gáldar y Agaete y electrificar la villa por un total de once millones y medio de pesetas, por lo que Segundito viéndolas venir, dejó de invertir en su “fábrica de electricidad” y las averías y apagones era la normalidad del pueblo.
A principios de los años setenta del pasado siglo, Segundito dijo; Hasta aquí llegué, ya no reparo los motores más y echó el cierre, dejando durante unos cuantos meses el pueblo a oscuras total, hasta que la UNELCO, la compañía pública de electricidad fue desplegando su red eléctrica por la villa. Al Valle fue el último lugar en llegar, completandose la electrificación de la localidad en el año 1975.
Hoy en día no podríamos vivir sin electricidad, falta unos minutos y nos volvemos locos, para la mayoría siempre ha estado ahí, pero muchas generaciones de agaetenses sí conocieron esos tiempos de olor a petróleo, de linternas y candiles que marcaron una época, un tiempo donde teníamos que estudiar a la luz de una vela, ese tiempo se ha convertido simplemente en memoria del pasado, en historia del pueblo afortunadamente.