domingo, 28 de julio de 2019

UN PREGÓN PARA TRES AÑOS, FIESTAS DE NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES Y LA BAJADA DE LA RAMA 2019.








PREGÓN DE LAS FIESTAS DE LAS NIEVES Y SU BAJADA DE LA RAMA 2019.

AGAETE 27 DE JULIO DE 2019.
JOSÉ RAMÓN SANTANA SUÁREZ.-

Ilustrísima Señora Alcaldesa, miembros de la corporación municipal, otras autoridades que nos acompañan, queridos vecinos, familiares y visitantes que nos honran con su presencia estos días, buenas noches.

Querido amigo Jorge, muchas gracias por tus palabras en la presentación de este humilde pregonero.

Cuando escuché en boca de Menchu un: —“el pregón de las fiestas de este año lo vas a decir tú”, me sentí muy emocionado y sorprendido, de que tal honor y responsabilidad fueran a recaer en mí. Pero sobre todas las emociones que me embargaron, me sentí tremendamente honrado.
Agradezco profundamente a nuestra Alcaldesa, haberme brindado la oportunidad de ocupar esta tribuna, porque no imagino mayor honor para un hijo de Agaete, que ser pregonero de nuestras fiestas. El día de hoy me acompañará siempre.
Es difícil contar algo que aún no se sepa o que no hayan contado otros antes que yo. Quizá, quienes ocuparon esta tribuna antes, tuvieron más tiempo que yo para pensar sus palabras o quizá no lo necesitaran, por estar más preparados. Por mi parte, pido a la virgen de Las Nieves que me eche una mano, en mi empeño por transmitirles y hacerles entender mis sentimientos. Y ¡no se asusten!, pues el sentido común me dice que no me alargue mucho más de media hora.

Voy a empezar por lo que significa para mí ser de esta Villa.
Nací aquí al lado, a pocos metros, y aquí habitan mis primeros e imborrables recuerdos. Aquí pasé mi infancia, la mayor parte de mi adolescencia, mi juventud y mi madurez. Aquí quiero envejecer y el día que Dios quiera aquí, junto a mis antepasados, quiero descansar eternamente.

No creo que nuestro pueblo sea mejor que otro, aunque yo lo siento así ¡el mejor!, sentimiento que no he dudado en defender ante quienes opinan lo contrario. Agaete tiene algo distinto, especial, algo que lo diferencia de los demás, algo que lo hace peculiar. Es inconfundible.
Como inconfundible son sus mujeres y hombres.

No tengan duda de que todo lo que digo y les voy a contar no son palabras huecas para justificar un compromiso, les puedo asegurar que son emociones que me dicta el corazón.

En las ciudades, la gente es anónima. Uno puede tirarse años viviendo en un edificio y no saber cómo se llama el vecino que vive tres pisos más arriba o dos portales más abajo, uno es Juan el del 4º o María la del portal B.
Los que tuvimos la suerte de nacer en un pueblo como Agaete, somos unos privilegiados porque, además de un nombre y dos apellidos, somos ALGUIEN.

Y por si alguien se pregunta, sobre este pregonero: —¿de quién “sos” tú, mi niño”?, les respondo como le contestaría cualquier agaetense: —Soy Pepe el sargento, hijo de Pepe el treinta nú y Andreíta la de mano Pedro el de las tres mujeres. Y no es que mi abuelo fuera polígamo, sino que enviudó dos veces y se casó tres, la última, “Juana la de Micaela”, lo echó por delante por si las moscas. Nieto de Santiago “Avaristo” y Chana la de mana Ciona, la de Manuel Niño el del chinchorro, sobrino de Lola la Pancha, de Antonio el pulgarcito, de Pino la quellera, de Juan José el zurdo y de Antonio el berruguilla.
—“¿Y a dónde vives, mi niño?”
—Pues en la cuesta por donde baja la Rama, en la antigua casa de “las cocheras”, frente a la casa de Francisquito el cobrador y Antoñito Marrón, por debajo de Luz la de la Carrisa, por encima de la casa de Nievecita la del cojo de la machuca, al lado de las cotorras. Y, señora alcaldesa, no piense que usted se va a librar, y enfrente de la hija de Pepito el de las quinielas y el hijo de “mastro Yoyo” —Así podríamos seguir hasta nombrar todo el pueblo.
Estas son las señas de identidad que hacen que este pueblo sea distinto y especial, señas que se van heredando de padres a hijos y, de momento, sin pagar impuestos de sucesiones.

Fíjense si Agaete es diferente, que somos de los pocos pueblos en los que las fiestas principales, no son las patronales.

Ahora les hablaré de mi otra pasión, la historia de Agaete. A ella he dedicado buena parte de mi tiempo en los últimos años, desde la afición a la investigación, pues no tengo formación académica y por ello apelo también a la generosidad de ustedes cuando me juzguen.

Agaete es fruto de una perfecta simbiosis de tres culturas: la aborigen, la castellana de los conquistadores y la morisca, de los esclavos capturados en la cercana tierra africana, para trabajar en los ingenios azucareros o servir a los hacendados.
Aún hoy día, podemos apreciar los rasgos berberiscos y negroides en parte de la población y los numerosos topónimos que nos dejaron: la cueva del moro, el barranquillo de los moros, lomo y montaña las moriscas, la cueva de la negra, la baja del negro Segura, barranquillo de la cueva de los moros, cueva del negro, playa del negro, etc. No creo que haya otro lugar en las islas con más riqueza multicultural que este rincón de Gran Canaria.

Qué pena que este patrimonio y riqueza multicultural de la que deberíamos estar orgullosos, en parte recientemente reconocida por la UNESCO, no haya quedado reflejada en nuestra simbología, quedando solo representada una de ellas con tintes coloniales.
Es esta mezcla de razas, culturas y costumbres que ellos nos dejaron, la que con la evolución natural del tiempo caracterizan nuestro temperamento y nuestros hábitos, dónde está una de las más antiguas de nuestras tradiciones, el fervor a nuestra primera ciudadana, la Virgen de Las Nieves y su bajada de la Rama.

Sobre el origen de esta tradición, una de las primeras devociones marianas de Canarias, nos tenemos que remontar al mismo momento de la llegada de los conquistadores.

Según las crónicas y cuentas de la conquista, una mañana del verano de 1481, el gobernador de la isla, Pedro de Vera, con 150 hombres y 30 caballos, a bordo de las carabelas el Buen Jesús y la Buenaventura, desembarca en el lugar conocido como el Gayerte, donde antes no había llegado cristiano alguno.
Era costumbre de los conquistadores dar el nombre del santoral del día al sitio donde arribaban por primera vez, por lo que muy probablemente fuera un cinco de Agosto y por eso al lugar se le llamó Las Nieves, como así hizo el propio Fernández de Lugo, en Santa Cruz de la Palma, donde desembarcó un 3 de mayo de 1493, o Santa Cruz de Tenerife, donde llegó un año después también un 3 de mayo. Ambas ciudades tomaron el nombre del santoral del día, la Santa Cruz.

El gobernador Vera mandó construir un asentamiento permanente para, desde él, asediar por la retaguardia al Guanarteme de Gáldar, Tenesor Semidán, más tarde una vez pacificada la isla, bautizado como Fernando Guanarteme, el cual eligió para vivir él y los suyos, su lugar preferido, un rincón maravilloso de este pueblo, el redondo de Guayedra.

Una vez construida la fortaleza, el gobernador nombra primer alcaide a un joven capitán, natural de Sanlúcar de Barrameda, de 25 años, Alonso Fernández de Lugo.
Su llegada no fue un paseo. Los aborígenes canarios les plantaron cara a los invasores, ofrecieron seria resistencia y fueron heridos muchos de los hombres, incluido el propio Lugo.

Era costumbre en la flota de la conquista llevar a bordo de los navíos una imagen de la Virgen, “la galeona” le llamaba en la flota andaluza, a la que se encomendaban cuando llegaban los temporales o faltaban los vientos y otras calamidades.
No tengo duda de que cuando esos hombres de Fernández de Lugo saltaron a tierra en las playas de Las Nieves, una de las primeras acciones tuvo que ser montar un oratorio donde ampararse espiritualmente antes las adversidades que les asediaban.
Cuenta la leyenda y los documentos lo confirman, que en una cueva cercana a la fortaleza, hallaron una pequeña imagen de barro cocido, al parecer propiedad de unos comerciantes mallorquines que antaño habían habitado estas tierras. La colocaron en la capilla de la fortaleza y terminaron llamándola Virgen de Las Nieves.

—Desde mi punto de vista, es la virgen la que toma el nombre del lugar y no el lugar el que toma el nombre de la Virgen—.

La imagen acompañó a Lugo en su conquista de La Palma en 1493, y allí se quedó para siempre.
La iglesia y el pueblo palmero nunca reconocieron que su virgen de Las Nieves era la que antes estuvo en Agaete, quizás pensaron que se la podíamos reclamar algún día, apostando por la aparición divina a los guanches antes de la llegada de los hombres de Lugo, sin más explicaciones.

El dato más antiguo de la advocación de Agaete a Nuestra Señora de Las Nieves nos lo da Tomás Marín y Cubas, en su libro “Historia de las siete islas canarias”, redacción de 1687, y que copia una cédula que fue dada en Toledo el 4 de Febrero de 1484, que dice lo que sigue:

“I muchos caballeros conquistadores que allí poblaron i tuvieron tierras, i aguas i buenos repartimientos i Alonso Fernández de Lugo en Gaete, i la capilla que se hizo era de Ntra. Sra. De Las Nieves..."

Años más tarde, sobre 1536, llegó la tabla de Flandes que actualmente veneramos.
Del análisis de los documentos obrantes en el archivo parroquial y otros, que realizan nuestro historiadores sobre el tríptico de Las Nieves, se desprende que primero fue virgen Inmaculada de la Concepción y que parece que estuvo los primeros años de su llegada en la antigua iglesia parroquial, destruida por el incendio de 28 de junio de 1874.
Así lo podemos observar en las primeras cláusulas del testamento de Antón Cerezo:

“Declaro que yo mandé traer de Flandes, para la iglesia de Nª. Sª. de la Concepción, de este Agaete, un retablo de pincel, del mejor maestro que se hallare, de la advocación de Nª.Sª de la Concepción.”

Algunos investigadores, basándose en esto y otras contradicciones del testamento de Cerezo, han llegado a la conclusión de que pudieron existir dos trípticos y que el actual no es el de Cerezo, pero del análisis detallado de los inventarios parroquiales y otros documentos por diferentes archivos, se deduce que solo llegó de Flandes un tríptico, que al poco tiempo de llegar, estuvo en la iglesia matriz bajo la advocación de la Inmaculada Concepción y una vez transformada la primitiva capilla en ermita, como había ordenado Antón Cerezo, bajó a ella bajo la advocación de Nuestra Señora de Las Nieves.
Quizás esa primera advocación a la Concepción sea la causa de que a alguien, probablemente a finales del siglo XVIII, se le ocurriera sobre-pintar el manto original rojo, con el azul inmaculado.

Se añadió además una corona de doce estrellas, en representación de las doce tribus de Israel, propia de la iconografía de la Concepción, y que lució durante unos cuantos siglos, hasta que en 1963, se descubrió la actual pintura flamenca original que había debajo.
Otra de las opciones plausibles del sobre-pintado, puede ser la nostalgia de la primitiva virgen de Las Nieves, la que se encuentra en la actualidad en La Palma, que tiene el manto azul y la túnica roja.

Esa añoranza de su paso por la iglesia matriz, en sus primeros años de estancia entre nosotros, sea quizás el motivo por el que desde hace ciento de años, cada 5 de agosto regrese desde su ermita en el Puerto de Las Nieves a su antigua morada por unos días.

Tenemos indicios de la celebración de las fiestas desde el siglo XVII, pero los primeros datos escritos de esta subida anual de la virgen a la parroquia nos los da la prensa de 1863, donde la virgen salía de su ermita el 5 de agosto y regresaba el día 6, apenas 24 horas en el pueblo.
Aquellas fiestas de aquel año según la prensa de la época “estuvieron muy animadas y con buenos fuegos artificiales”.

En 1904, por motivo de la guerra ruso-japonesa, el mundo estaba a punto de entrar en el que hubiera sido el primer conflicto mundial y la guerra parecía inminente e inevitable. El gobierno de la nación decidió reforzar la defensa de Canarias y mandó a la isla, entre otras unidades, al regimiento Valencia 23. Buena parte de ese regimiento se instaló en Agaete y sus tropas junto con su banda de música, se unieron a la comitiva para acompañar a la virgen en la subida de aquel año.

Ese año se decide dejar la virgen en el pueblo nueve días más, para celebrar las novenas. Un ejercicio del ceremonial y devoción católica que se practica durante nueve días, para obtener alguna gracia o rogar por una determinada intención, que aquel año tuvo que ser para pedir por la paz del mundo, gravemente amenazada. Afortunadamente el conflicto no derivó en guerra mundial y unos meses después se firmó la paz. La gente de Agaete se lo agradece cada año cantando durante las novenas una estrofa que dice :
La miseria, el dolor,
la guerra y la calamidad
por vuestro medio ha cedido
cuando hacia vos se ha cogido
el agaetense devoto,
de miles modos promueves su fe,
esperanza y fervor,
mostrando vuestro favor
madre mía de las Nieves.

A partir de ese año de 1904, las novenas son un acto más de las celebraciones religiosas de las fiestas y la virgen permanece en el pueblo hasta el día 17, que vuelve a su ermita junto a las olas del mar.
Hoy en día, reside permanentemente en la iglesia de la Concepción, en aras de la conservación pictórica y la seguridad, desobedeciendo el mandato testamental de su primer propietario, Antón Cerezo, que en una cláusula de su testamento ordenó que, una vez construida su ermita y monasterio en Las Nieves, el tríptico y sus ornamentos, jamás salieran para otra iglesia o convento.

En la actualidad y desde 1993, en la ermita se ha colocado en su altar mayor una copia del cuadro original, que es el que sale en procesión cada 5 de Agosto.

Van ya más 500 años de esta devoción, de ser guardiana y consuelo de los agaetenses, a la que se encomendaban en los casos de epidemias y enfermedades, y no nos ha ido mal, en ocasiones haciendo sus milagros, como durante la epidemia de peste del siglo XVII, que diezmó la isla y los pueblos de Gáldar y Guía, pero que a nuestra villa sorprendentemente nunca llegó.
Cuando los temporales amenazaban el pueblo, a ella se acudía cantándole la siguiente copla:

“Virgen de Las Nieves mira pal barranco, pa llevarte el pueblo faltaran dos trancos y si te lo llevas, tú tienes la culpa, que los marineros no te lleven nunca”.

Pero la historia de Agaete no solo está protagonizada por estos personajes conocidos, sino también por miles de personas anónimas, que con su silenciado esfuerzo, trabajando de sol a sol, de marea en marea, con su actividad política o social, paso a paso, han creado nuestra historia y el Agaete del siglo XXI que ahora disfrutamos.
Historias de tragedias y de alegrías, de guerras civiles y posguerras, de hambre y sacrificios, historias de emigraciones, porque no había trabajo para todos o por mejorar las condiciones económicas.
En el caso de mi familia y en el de decenas de familias agaetenses en los años sesenta del pasado siglo, el Sahara fue nuestro destino, un lugar desconocido y en el que no habíamos estado nunca, al que fuimos prácticamente con lo puesto, además de la imagen de la Virgen de Las Nieves que nunca faltó en nuestras casas saharianas, pero siempre volvíamos al pueblo por las fiestas, las fiestas eran el punto del retorno, el reencuentro con nuestros orígenes y raíces.
El primer año de nuestra llegada al Sahara no pudimos venir a las fiestas, puesto que acabábamos de llegar y viajar no era tan económico y simple como hoy en día.
En las afueras del Aaiún, residía un agaetense muy peculiar, Miguel Perdomo. Era conocido como “Miguel Ligero” y había cambiado el verdor de su Valle natal y su barranquillo del ingenio, muy cerquita de la era donde comienza la rama de San Pedro, por el Sahara. En medio de la nada y en pleno desierto, cuidaba de un ganado variopinto de camellos, cabras, ovejas y vacas, entre otros, propiedad de un conocido carnicero de la ciudad.
El día 5 de agosto de aquel año, creo recordar que sería sobre 1965, varias familias de Agaete nos reunimos en aquel inhóspito y sucio lugar. Los hombres mataron una cabra, mientras las mujeres preparaban un gran puchero y lloraban amargamente, escuchando a través de radio Las Palmas, la apasionada retrasmisión de la llegada de la virgen. Entre sollozos, iban comunicando por dónde iba la imagen, ¡la virgen está saliendo de la ermita, ya va por la Torre, ya está llegando al puente viejo, ya está en la plaza! y de fondo se escuchaba el redoblar de los tambores y cornetas de la banda de música de la marina, las tracas y los voladores.
Al final, cuando el ron ya empezaba a hacer efecto en el espíritu de los hombres, terminamos todos bailando la rama con ramos de alfalfa seca en medio del desierto.

Allí, desde la nostalgia de la lejanía, aprendí a querer a mi pueblo. Hoy en día esa misma nostalgia hace que que ame aquella tierra y su gente, el pueblo saharaui.


Sahara, 1967, con gente de Agaete.

Es a escasos metros de este Huerto de las Flores, donde surgen mis primeros recuerdos de nuestro pueblo y de nuestras fiestas en honor de la Virgen de Las Nieves y su bajada de la Rama. El niño que fui recuerda la cuesta de la calle Guayarmina, empedrada y cubierta de hierba, como la mayoría de nuestras calles por aquel entonces.
La puerta de mi casa, como todas las del pueblo, estaba siempre abierta. Recuerdo vagamente, ver pasar a las mujeres con bernegales en la cabeza y cacharros en la mano, en busca de agua a la “fuente de los chorros”, o con los baños cargados de ropa recién lavada en las acequias del barranco. Vaya mi homenaje a todas esas mujeres. Nuestras madres y abuelas, luchadoras y trabajadoras incansables no solo en sus casas, sino también en las plataneras, los tomateros, los almacenes de empaquetado o vendiendo el pescado calle por calle, casa por casa… en el mismo pueblo y en los pueblos vecinos.
La mayor parte de estas mujeres, pilares fundamentales de la sociedad agaetense, pasaban las fiestas metidas en las cocinas, asegurando el sustento de familiares y visitantes, y solo disfrutaban de los actos que se desarrollaban en las proximidades y que, por lo tanto, podían ver desde el umbral de su puerta. Recuerdo a mi madre preparando el caldo, para el que se mataba la mejor gallina; la carne mechada; la ensaladilla rusa; el rancho; comidas que se repetían año tras año en las casas de Agaete y costumbre que hoy en día, mis hermanas tratan de mantener.

Aventuro que otras muchas familias de Agaete se reunirán alrededor de la mesa frente a deliciosas recetas heredadas, cuando llegan las fiestas y faltan los padres.

Algunos de mis recuerdos infantiles suceden en este propio huerto de las flores, donde mi bisabuela Mana Ciona nos traía algunas tardes a rezar el rosario, en la terraza de la casa de la entrada. Los niños nos sentábamos en el suelo, en medio de un círculo de ancianas, con mantilla canaria y enlutadas de los pies a la cabeza. Dirigían el rezo dos de las ancianas, tías del antiguo propietario de este huerto, D. José de Armas Medina y conocidas como las niñas Medina, Doña Gabriela y Doña Juana Medina Ramos. Por sí solas, la presencia de las últimas representantes de aquella pequeña burguesía que tuvo en sus manos los destinos de este pueblo durante más de un siglo, imponía. Eran, además, familiares de Doña Leonor Ramos, esposa del poeta Don Tomás Morales, íntimamente ligado al espacio donde nos encontramos.
Eran tiempos de penuria y la luz eléctrica solo funcionaba unas horas, desde el anochecer a la madrugada. O simplemente no teníamos, porque el motor de Segundito estaba más tiempo averiado que funcionando.
Recibíamos agua cada dos o tres días y, en ocasiones, hubo que esperar más de una semana. Llenábamos todo lo que podíamos y, ¡a estirarla para no quedarte sin ella! La alternativa era ir a asearse a la acequia de los chorros.
La única diversión que teníamos era el cine, una ventana por la que sabíamos que más allá de “las moriscas”, había otro mundo.

A pesar de todas las calamidades, el pueblo tenía vida y nuestras fiestas ya eran de las mejores y más participativas de toda la isla.

Uno de mis primeros recuerdos de las fiestas es la visita a “Pipo el sastre”, para probarme una chaqueta que, junto con los zapatos, estrenaba el día 5. No volvería a ver aquella vestimenta hasta la siguiente festividad de la Inmaculada Concepción, donde ya los zapatos me quedarían apretados.

El miedo a los papahuevos y a la traca de la plaza cuando llegaba la virgen, es otra de las primeras fotografías del álbum de mi vida.

Hoy, como ayer, los chiquillos bailan alrededor de los papahuevos, pero las nuevas tecnologías nos llevan la delantera y las pantallas les han enseñado ya demasiados personajes de ficción desde muy pequeños. El temor a quedarse sin batería sustituye actualmente el que nosotros sentíamos, mezclado con una buena dosis de emoción, por los coloridos y gigantescos papahuevos.
Ahora, lejos de temerlos, quieren un papahuevo de regalo.

Recuerdo cómo, a medida que íbamos creciendo y tomábamos conciencia de que faltaban pocos días para las fiestas, los chiquillos íbamos recorriendo con curiosidad los alrededores de la plaza, mirando las marcas y nombres que Manolo el Cabo, que en paz descanse, iba haciendo con una tiza para señalar el lugar y los metros que le correspondían a cada puestillo o feriante. De ese modo, sabíamos por adelantado quién vendría ese año.
¡Cómo olvidar el trajinar de Rafael, Eduardillo, Lolo y algunos otros empleados municipales de entonces, colocando las banderillas!; y aquellos gruesos palos, a lo largo de toda la calle de la Concepción, adornados con hojas de palmera y pintados con los colores representativos del régimen, donde se colocaban las banderolas oficiales; y unos pequeños cuadros ovalados de nuestros barrios, la mayoría extraños para la chiquillería, pues nuestros mundo conocido terminaba en las Chisqueras por el norte y en la Cruz Chiquita por el sur, hasta que a medida que íbamos creciendo explorábamos otros territorios.

¡Agaete empezaba a oler a fiestas!

Imborrable, es el recuerdo de la ruleta de “Carmen la Muda”. Aún oigo su peculiar ruido al girar. Si intentabas engañarla, moviendo la peseta de la carta de la baraja a la que habías apostado, te daba con una vara que siempre tenía en la mano. Y el carrito de los helados; la rica granizada de naranja o de fresa, con la que amortiguábamos los calores de la Rama y que siempre se colocaba en la esquina de la plaza frente al Perola; la caseta de tiro con escopetas de balines, regentada por un enano pecoso y pelirrojo, con mucha mala leche; los puestos de fruta de “la borriquera”, a la sombra del árbol bonito de la actual plaza de Tenesor; las ristras de chorizo de Teror colgando de las ramas del propio árbol, con toda clase de frutas, donde destacaban aquellas enormes sandías y melones; la machacona tómbola de la muñeca chochona y el perrito piloto; y en especial la del cura, donde Don Teodoro, tras recoger objetos que ya no utilizábamos entre particulares y negocios del pueblo, los rifaba. Por supuesto, ¡cabía la posibilidad de que tu premio fuera algo que tú mismo habías donado!

Tampoco olvido las carreras de cintas en bicicleta, la cucaña de las Nieves, donde Juanillo el Faneque no tenía rival y los ventorrillos, que no necesitaban nada más que dos bidones para apoyar el tablón que, adornado con una hojas de palmeras, hacía las veces de improvisada barra. Detrás, en unos grandes baños o bidones llenos de agua, serrín y grandes bloques de hielo, nadaban los botellines de tropical.

Ahora los feriantes siguen llegando, pero han cambiado de etnia y de color, adaptándose nuestras fiestas a los nuevos tiempos de migraciones que corren. Por las cajas de los turrones parece que no pasa el tiempo, siguen siendo las mismas de siempre.
Recuerdo la emocionante llegada de la virgen al puente viejo, donde se encontraba con su pueblo que la esperaba, bajo el tronar de los cañones instalados en “Las Peñas” y la lluvia de papelillos que caían sobre el pueblo tras cada disparo.

De la mano de mi padre, durante el encuentro de la virgen con su esposo San José, mi mirada de niño se sorprendía, al ver las reverencias que se hacían, la gente descalza y llorando. Todos emocionados rompían en aplausos y vítores a ritmo del himno nacional.
Con mi padre, llegada de la virgen tras la restauración de 1963.

Observaba con asombro cómo, una vez que la virgen entraba en la iglesia, decenas de mujeres y hombres, de todas las clases sociales, recorrían de rodillas la distancia que separa la puerta de entrada del altar. Algunos varias veces, con niños de la mano o en brazos y con las rodillas ensangrentadas, ofreciendo velas; otros exvotos en rogativas o en prueba de agradecimiento por los favores concedidos.
Eran cuatro días de fiestas al año. Hoy en día hay una multitud de fiestas y quizás eso hace que no las apreciemos como entonces.

Con la llegada de la juventud, allá por finales de los años setenta del pasado siglo, un grupo de amigos, junto con el concejal de festejos, D. Luis Nuez, organizamos las fiestas durante un par de años, siendo alcalde D. José Antonio García Álamo.
Eran fiestas austeras. El ayuntamiento solo colaboraba con el coste de la banda de música para los actos y la traca de la llegada de la virgen, para el resto de actividades había que buscar financiación, incluida la comida de las autoridades y la de los curas, el día 5. La mayor parte del dinero se conseguía con la recaudación de los bailes, porque aunque a los jóvenes les parezca raro, ¡había que pagar para bailar! Con la recaudación del baile de la plaza, la noche del 3 al 4, casi pagábamos toda la fiesta, complementando los ingresos con rifas y donativos particulares.
Eran fiestas sencillas, como sencillas somos las gente de Agaete, y por eso siempre fueron un éxito.
Como anécdota, les voy contar algo que nos sucedió la noche del 6 de agosto de 1979.
Como éramos gente inquieta, al grupo de amigos que organizábamos las fiestas, se nos ocurrió una “brillante idea” para la que no vimos en aquel momento la necesidad de contar con el cura.
Pensamos:
—¿Y si bajamos a la virgen del trono, cogemos los cinco cuadros del tríptico y los colocamos dentro del tapiz que se utiliza para exhibir el retablo en la ermita? Y nos pusimos manos a la obra.
Una vez que teníamos el tríptico en aquel enorme tapiz enmarcado, lo colocamos en medio del altar, a unos cuantos metros del suelo. Lo amarramos como pudimos y lo rodeamos de guirnaldas de flores, ¡parecía que flotaba en el aire!

Tapamos el retablo mayor y los laterales del altar con unas enormes telas rojas y como no había manera de llegar a lo más alto, amarramos dos escaleras. Mi primo Chani, que siempre fue un atrevido, se subió y cuando estaba arriba del todo, las escaleras se soltaron, se agarró como pudo y quedó colgado como una lámpara, hasta que conseguimos bajarlo. Por suerte, tanto Chani como la Virgen de Las Nieves, que estaba literalmente cerca, salieron indemnes de aquel episodio.

A las doce de la noche, cuando ya habíamos terminado con todo el montaje, aprovechamos un descanso de la verbena, para abrir las puertas principales de la iglesia de par en par y dejar entrar toda la gente que estaba en la plaza. Entre aplausos y felicitaciones por aquella escenificación, apareció el cura, que debía de estar acostado. D. Manuel Déniz, aquel que entre misa y misa, arreglaba televisores, no tenía ni idea de lo que habíamos hecho y muy enojado, nos ordenó que bajáramos la virgen de las alturas y desmontáramos aquel tinglado. Hasta tal punto era su enojo, que llegó a amenazarnos con la excomunión.
Se entabló entonces la eterna discusión de si la virgen pertenece a la iglesia o al pueblo y se montó un follón de los grandes, con unos a favor del cura y otros en contra. Aquello terminó con la presencia de la guardia municipal y la guardia civil. Algunos, acabamos dando explicaciones en el cuartelillo aquella noche. Finalmente no llegó la sangre al río y la virgen permaneció en las alturas hasta que bajó para la ermita el día 17.
He de reconocer que fue una temeridad propia de la juventud. Si se llega a caer el endeble andamiaje, el tríptico, que ya andaba muy deteriorado en aquella época, se habría hecho astillas y habríamos tenido que salir corriendo del pueblo. Puede que, cuarenta años después, aún estuviéramos pagándolo.
Como curiosidad, les diré que a aquel Guardia Civil ya fallecido, de grandes bigotes retorcidos, llamado Pepe Olozaga, y que casi me detiene aquella noche, lo tuve bajo mi mando años después, en mi etapa de Comandante de Puesto de Agaete.
Eran los tiempos de la transición política en España, donde en la calle y en la prensa se discutía si la rama tenía origen pagano o divino de devoción a la virgen, si la rama estaba antes o después, si estaba escondida hasta que alguien la descubrió, si nunca antes existió, si a alguien se le ocurrió cambiar los dioses por la virgen de Las Nieves, si vino por mar o bajó de Tamadaba… Sobre eso, yo tengo mi peculiar visión, pero no es el momento de discutirla. La Rama, como dice nuestro cronista oficial D. Sebastián Sosa “no necesita más explicación, ni la tiene, ni la encontraremos”. ¡LA RAMA ES UN SENTIMIENTO!
En el fondo, a los hijos de Agaete nos importa poco la polémica de su origen. La entendemos porque llevamos su misterio, su música y sus pasos grabados en nuestros genes.
No podemos dejar de mencionar, en el anuncio de las fiestas de Agaete, a una parte esencial de las mismas, a nuestros músicos y nuestra centenaria banda de música, reminiscencia de aquellos primeros tamborileros que la iglesia y las mayordomías de Las Nieves pagaban, para que acompañaran a los que desde Tamadaba bajaban las ramas, para enramar las iglesias y ermitas en las vísperas de las fiestas, desde el siglo XVI para las de la Inmaculada Concepción y desde el XVIII para las de Las Nieves.
Las bandas de Agaete es una seña de identidad de la villa, es un símbolo y parte de la historia de este pueblo. Es la tradición de una villa que ha tenido en la música uno de sus referentes culturales más importantes. No se pueden imaginar unas fiestas sin nuestras bandas, hijas todas ellas de aquella Banda Municipal de música de Agaete, que desde hace más de un siglo comenzó a sonar por nuestras calles y ha paseado el nombre de nuestro pueblo por todas las islas e incluso fuera de ellas. No sé si son las mejores bandas del archipiélago, pero son sin duda las más populares y conocidas.
Recuerdo aquellas fiestas hasta finales de los setenta, donde solo teníamos una banda, la banda de Agaete. Los músicos terminaban con los labios y las manos reventadas y llenos de mercromina, tras horas y horas de procesiones, rama, retreta, y dianas. Digo dianas porque habían tres, los días 4, 5 y 6, dianas que no tenían nada que ver con la de nuestros días, ya que eran casi un pasacalle para despertar a la villa, apenas los niños y jóvenes la bailábamos, casi a paso ligero. Recorría todo el pueblo incluido San Sebastián, haciendo un alto delante de la casa del alcalde Andrés Rodríguez Martín, al que recuerdo ver salir en batín, botella de coñac en mano, para que cada músico, con el tapón de la misma botella, brindara y echara un “taponazo”.

A medida que maduré, aquel primer sentido lúdico y de diversión que tenían las fiestas para mí, se fue transformando. El niño que fui, me descubre hoy en día emocionándome igual que lo hacían mis mayores, cuando llegaba la virgen al puente viejo. Yo me emociono hoy, al descubrir que la verdadera razón de nuestras fiestas no es otra que la alegría del recibimiento de nuestra primera ciudadana, la Virgen de Las Nieves, para pasar unos días con su pueblo.
Son tiempos de muchas fiestas, pero como la nuestra no hay otra. —“Agaete es fiesta", decía un eslogan de los años setenta, sí, pero además es dolor, trabajo y sentimiento, paisaje y belleza, gente sencilla y entusiasta, amabilidad y alegría. Agaete es mar y montaña, humildad, grandeza, y tierra de buenos amigos. Agaete es un pueblo agradecido con quienes nos visitan.

No puedo terminar este pregón sin pedirles una reflexión y a la vez perdón de antemano por si alguien considera que no es oportuno, pero la actualidad debe estar presente:
Agaete vive momentos decisivos. No podemos quedarnos anclados en el pasado, que nunca fue tiempo mejor. Nuestros jóvenes no tienen expectativas, con una elevada tasa de paro, en especial entre la población juvenil.
Tenemos que crecer, si queremos que las generaciones venideras tengan futuro y no se vean obligadas al desarraigo que supone la emigración; ni siquiera es ya posible esa opción, ya que en todas partes empiezan a surgir problemas. Hay que buscar alternativas económicas que causen la menor herida a nuestra naturaleza y a nuestro privilegiado paisaje.
Nuestro pueblo tiene suficiente potencial humano para buscar soluciones, desde las instituciones o desde la sociedad civil liderada por nuestros representantes.
Recientemente hemos visto como la ONU, a través de su organismo, la UNESCO, declaraba Risco Caído y los espacios sagrados de montaña de Gran Canaria, incluido su celaje, patrimonio de la humanidaddentro del cual, entre paisaje cultural y zona de amortiguamiento hay más de un tercio del territorio de nuestro municipio, incluye el Hornillo, todo el parque natural de Tamadaba y sus laderas, Birbique, Tirma y parte alta de Guayedra.  Esta última, a pesar de que se ha nombrado poco en las declaraciones institucionales, es una de las más importante zona arqueológica de la isla, pendiente de excavaciones; que como decía el historiador y arqueólogo Celso Martín de Guzmán, “Es como Pompeya” porque se necesitaran muchos años para investigar, excavar y rehabilitar. Un conjunto ceremonial que se encuentra ubicado en las faldas del Macizo de Tamadaba y que cuenta con estructuras combinadas, cuevas, pilas, recintos acotados con muretes de piedra seca, túmulos, así como una muralla (muro de Trejo). Postrera morada del último rey de Gran Canaria.
A todo lo anterior hay que unir como patrimonio inmaterial de la declaración, nuestras bajadas de la Rama.

No podemos dejar pasar esta ocasión para que Agaete se convierta en puerta de entrada a dicho espacio, patrimonio de la humanidad, tenemos la mejor situación estratégica de todos los municipios implicados. Nos encontramos a tres horas de camino a pie de la cueva de Risco Caído y de las montañas sagradas, con infraestructura de transportes y turísticas ya creadas y creciendo, una red de senderos que conducen a los lugares declarados patrimonio mundial, que hay que mejorar, señalizar e incluso recuperar, al desaparecer algunos de los caminos por desuso, su nula conservación, o por apropiación privada.

Soy optimista con el futuro que nos espera. Agaete, además de este regalo caído del cielo, nunca mejor dicho, cuenta con importantes recursos de desarrollo como son: el valiosísimo patrimonio cultural e histórico, las playas y el Puerto de las Nieves, la pesca artesanal, el Valle con sus productos de calidad como el café, los vinos y las naranjas, El Risco y Troya con sus quesos, El Sao, El Hornillo, Guayedra, el despunte del sector hotelero y vacacional, su cada vez mejores comunicaciones con la capital, con la isla de Tenerife y esperemos que pronto con nuestro barrio del Risco y La Aldea, las especiales condiciones con que la naturaleza nos ha dotado para practicar deportes de mar o montaña, senderismo, etc. Pero sobre todas las cosas, el principal mérito de Agaete es su gente, protagonista indiscutible de la tradicional hospitalidad agaetense, ese cariño con que se acoge al visitante, al que se le abren las puertas del corazón y de la casa, hospitalidad que se incrementa en las fiestas, cuando en Agaete nadie es extraño y como dice el dicho: “De la puerta para adentro todo es cama”.

Y para ir terminando con esta tortura que les estoy infligiendo, les deseo que sean estas las mejores fiestas de las que hayan disfrutado. Sigamos trabajando juntos, aparquemos diferencias y enterremos el hacha de guerra, para conseguir juntos, en igualdad y solidaridad, una villa mejor, más fuerte, más feliz y más agradable para vivir.

¡¡¡Viva la Virgen de Las Nieves!!!
¡¡¡Viva Agaete!!!
Muchas gracias.
PD: Durante los años 2020 y 2021, no se pudieron celebrar las fiestas y no hubo pregón, debido a la terrible pandemia de COVID que asoló al mundo.