AGAETE, 21 DE ABRIL DE 2025.
Reverendo Párroco, distinguidas autoridades, queridos vecinos, ser elegido para dar el pregón en esta ocasión tan especial es un honor que recibo con humildad y alegría. Estimado don José Antonio, agradezco profundamente la confianza que han depositado en mí para compartir unas palabras en un momento tan significativo para nuestra comunidad, conmemorar el 510 aniversario de la fundación de la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, además del 150 aniversario del comienzo efectivo de las obras de este templo donde nos encontramos y los 145 años de la llegada de la imagen de la purísima Inmaculada.
Es
un día que nos invita a la gratitud, a la reflexión y, sobre todo a los
creyentes, a renovar nuestro compromiso con la fe que nos ha sostenido durante
estos 510 años.
Ser
pregonero no es solo proclamar con palabras, sino también con el corazón, con
la alegría de saber que esta parroquia ha sido y seguirá siendo el centro de
nuestra vida espiritual, el hogar donde encontramos a Dios y donde la Virgen
María, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, desde hace ya más de
cinco siglos, nos acoge con su amor.
Esta
celebración no es solo un número en el tiempo, sino el testimonio vivo de una
comunidad que ha sabido mantenerse firme en la fe, transmitiendo de generación
en generación los valores del Evangelio, el amor a Dios y la devoción a la
Virgen, nuestra madre para los creyentes y nuestra patrona para todos.
Para
comprender la grandeza de este momento debemos remontarnos al origen de nuestra
parroquia. Erigida hace 510 años en una sencilla y pequeña capilla sita en la
trasera de esta iglesia que un voraz incendio destruyó la víspera de San Pedro
de 1874, años después, aquí continúa, en este majestuoso y austero templo en
que nos encontramos, centro espiritual de nuestra comunidad, el lugar donde
nuestros antepasados encontraron consuelo, orientación, fortaleza en tiempos de
alegría y también en tiempos de prueba. Aquí se ha escrito gran parte de la
historia de nuestra villa; en cada piedra de sus muros y columnas, en cada
imagen sagrada que nos acompaña, en cada altar y en cada rincón, se guardan los
recuerdos de nuestras tradiciones y celebraciones, donde el eco de risas y
lágrimas se entrelaza, formando el tejido de nuestra identidad y legado.
A lo largo de todos estos años, nuestra
parroquia ha visto pasar innumerables generaciones; hombres y mujeres que, con
su esfuerzo y fe, han mantenido vivo este espacio sagrado, sin olvidar a los
sacerdotes que hicieron posible el camino y nos guiaron con su sabiduría.
Nuestros
padres, abuelos, todos nuestros antepasados y nosotros mismos recibimos aquí
los sacramentos que marcaron nuestras vidas. Nuestras familias han venido con
devoción a pedir la intercesión de la Virgen, y todos hemos crecido con el
sonido de las campanas que nos avisan de la vida y de la muerte o simplemente
nos llaman a la oración.
Pero
también hemos vivido momentos difíciles y de dolor, tiempos de crisis, de
conflictos, de despedidas de nuestros seres queridos, de incertidumbre… y, sin
embargo, la fe ha prevalecido. Porque esta parroquia no es solo un edificio,
sino un hogar espiritual donde Dios se hace presente, donde la Virgen nos
abraza y en el que cada uno de nosotros encuentra su refugio y su fuerza.
A
través de los libros de fábricas y otros documentos que obran en el archivo
parroquial podemos recomponer la historia de nuestra congregación; así podemos
comprobar en los documentos más antiguos que la fundación oficial de nuestra
parroquia tiene lugar durante las constituciones sinodales del obispo don
Fernando Vásquez de Arce, celebradas entre 1514-1515, dejando entrever que la
pequeña iglesia sobre la que se fundó es anterior, es decir, que ya existía
desde unos cuantos años antes de la creación oficial de la parroquia.
En
el primer libro de fábrica de nuestro archivo eclesiástico, entre otras,
podemos leer lo siguiente:
«El Ilmo. Señor D. Fernando de Arce. Año de 1515, "Ya antes
muchos años, había Iglesia en esta Villa de Agaete…”
Siendo
religiosidad y conquista un binomio indisoluble, podemos afirmar que la
ocupación de Canarias no solo era un acto militar, sino también una cruzada
espiritual. El primer alcaide de la Torre de Agaete, el capitán Alonso
Fernández de Lugo, tuvo que tener un papel importante en la promoción del
patronazgo de la Inmaculada Concepción en nuestra villa y en todas las Islas
Canarias. No tenemos datos certeros que confirmen esta teoría, pero sí de que,
tras la conquista de Tenerife, mandó construir la Iglesia de Nuestra Señora de
la Concepción en San Cristóbal de La Laguna. La elección de esta advocación no
fue casual. En la España de finales del siglo XV y principios del XVI, la
creencia en la Inmaculada Concepción de la Virgen era defendida con fervor, especialmente
por la Monarquía Católica y diversas órdenes religiosas. Fernández de Lugo,
como hombre de su tiempo y fiel a la Corona, probablemente compartía y promovía
este dogma como parte de su misión evangelizadora en los territorios recién
conquistados.
Por
lo que podemos entender que, desde la llegada de la fe cristiana a Agaete, con
aquellos castellanos en el mes de agosto de 1481, pudo ser el Capitán Alonso
Fernández de Lugo, alcaide del primer asentamiento poblacional, el que mandara
construir aquel primer edificio religioso bajo la advocación de la Inmaculada
Concepción, muchos años antes de constituirse como parroquia.
Ese
tercer sínodo diocesano, de donde surgió la feligresía de Agaete, tuvo dos
sesiones; la primera transcurrió del 22 de noviembre al 7 de diciembre de 1514,
y la segunda del 18 al 23 de abril de 1515. En la primera sesión se aprobaron
162 constituciones. Los temas más importantes tratados fueron: vida y
honestidad de los clérigos, beneficios y prebendas, Patronato Regio,
parroquias, diezmos y ofrendas, oficios divinos, inmunidad eclesiástica,
simonía, maestros de enseñanza, sortilegios y hechicerías, usura, clérigos
excomulgados, penitencias y perdones.
Cuando
solo faltaban pocos días para clausurar el sínodo, surgió una polémica que
paralizó su continuidad. El obispo planteó la necesidad de crear nuevas
parroquias como beneficios patrimoniales en las islas más pobladas, entre ellas
la de Agaete. Hubo una fuerte oposición por parte de la mayoría de los curas
sinodales. En el fondo, lo que se defendía por parte de los beneficiados era no
perder parte de las amplias jurisdicciones que tenían y la rentabilidad
económica que aportaba a sus curatos, argumentando que no era necesario
aumentar el número de parroquias porque las islas estaban ministerialmente bien
atendidas. Al obispo don Fernando no le convencieron estos argumentos y decidió
suspender temporalmente el sínodo para hacer visita pastoral a los pueblos e
informarse personalmente del estado en que se hallaban los feligreses. Tengamos
en cuenta que en Gran Canaria solo había tres parroquias con beneficiado, es
decir, con rentas propias: El Sagrario en Las Palmas, Telde y Gáldar. Terminada
la visita pastoral, el obispo abrió la segunda sesión del sínodo, que tuvo
lugar, como dijimos anteriormente, entre el 18 y el 23 de abril de 1515. El
prelado, fundamentado en los datos e informes recogidos en su visita a los
pueblos, aprobó con el apoyo de los sinodales la creación de nuevos beneficios
patrimoniales y sus parroquias anejas, entre otras la iglesia servidera o aneja
de Agaete, dependiente y atendida por la parroquia de Santiago de Gáldar, cuyo
cura está obligado a poner un clérigo que diga misa y administre los
sacramentos en nuestro pueblo.
En
principio, dada la escasa población de la localidad, menos de cuarenta
habitantes, que no daba ni para mantener al cura, la parroquia depende de la
matriz de Gáldar, siendo atendida en los primeros años por monjes del convento
de San Antonio de dicha localidad.
Aunque
hay algunas dudas, no es hasta 1533, cuando ya acumula un patrimonio suficiente
para mantenerse por sí sola y erigirse en parroquia, aunque no se desliga de la
de Gáldar definitivamente hasta 1594, ochenta años después de su creación.
Por
los inventarios parroquiales y otros documentos podemos saber cómo era aquella
pequeña iglesia y qué tesoros acumulaba. Situada en el lugar donde en la
actualidad se encuentra el Centro Parroquial y alrededores, sabemos que contaba
con varias capillas y altares con imágenes muy veneradas, como la de la virgen
de la Candelaria, la virgen de la Concepción, la virgen del Rosario, la virgen
del Carmen, cuadros de la Inmaculada, de las Ánimas, San Sebastián y muchas
pequeñas obras de arte más. Todo el solar estaba rodeado de una muralla,
probablemente algo parecido a la ermita de Las Nieves, y en el exterior un
recinto dedicado a cementerio. Por los documentos sobre tumbas conocemos que en
las distintas capillas estaban enterrados los grandes personajes de la época,
entre otros; Antón Cerezo, donante del tríptico de Nuestra Señora de Las
Nieves, el Capitán Alonso de Medina y otros nobles . Su interior era
de estilo mudéjar.
Por
los inventarios y testimonios de las visitas de los obispos y otras autoridades
eclesiásticas podemos saber que el tríptico de Nuestra Señora de Las Nieves,
que llegó entre 1536 y 1537, estuvo en la iglesia matriz de la Concepción bajo
su advocación hasta 1687, que aparece definitivamente en los inventarios en su
ermita, ya bajo el patrocinio de Virgen de Las Nieves.
Aquella
vieja iglesia, la tarde-noche de la víspera de San Pedro de 1874, fue pasto de
las llamas de un devorador incendio que la destruyó por completo, el relato es
el siguiente:
Al
estar el cura don Antonio González Vega indispuesto por un resfriado, a las
siete y media de la tarde el sacristán realizó el rezo del novenario al
apóstol. A las nueve el sacristán volvió para tocar a ánimas,
marchándose sin observar nada anómalo en la iglesia. A las nueve y
media las llamas ya salían por las ventanas. En cuestión de minutos, el fuego
destruyó por completo el pequeño templo, ante la atónita mirada de la Virgen de
la Concepción, patrona de la villa, que desde el altar mayor observaba. Las
llamas fueron consumiéndolo todo, hasta que le llegó el turno a la misma
"Purísima". Más de tres siglos de historia, junto con las obras
de arte que la vieja iglesia había acumulado, desaparecieron en cuestión de
instantes. El rico artesonado mudéjar del techo se desplomó, lo único que quedó
en pie fue el paredón que se encontraba detrás del altar mayor y en la
hornacina las cenizas de la pequeña imagen de la virgen de la Concepción,
patrona de la villa.
Gracias
a la sagacidad y valentía de algunos vecinos, entre ellos el alcalde D. Antonio
de Armas y Jiménez que, con gran riesgo personal, forzaron una puerta lateral y
entraron en la sacristía, se rescataron los libros y legajos del archivo
parroquial, algunas vestimentas del ceremonial religioso y otros pequeños
objetos de culto, además, se salvaron las campanas.
De
aquella tragedia quedó una copla en la memoria de los agaetenses que dice así:
El veintiocho por la noche el fuego devorador
en menos de media hora sin iglesia nos dejó.
La purísima sin mancha permanecía en pie
dándonos la despedida para nunca más volver...
Parece que se le achacaron las causas del fuego a unas velas mal apagadas cerca del altar.
Pero si las llamas destruyeron el templo material, jamás pudieron apagar el verdadero templo de Dios; el templo vivo que eran aquellos agaetenses, su pueblo fiel que demostró que después de la prueba siempre viene la esperanza, que después de la tempestad viene la calma, que después de la ceniza siempre florece la vida.
A
150 años de aquella tragedia, no solo miramos con nostalgia el pasado, sino con
gratitud por el camino recorrido. Porque de las llamas renació un pueblo
fortalecido en la fe, dispuesto a reconstruir no solo su iglesia, sino también
su esperanza. Hoy somos herederos de aquella perseverancia, de aquel amor por
nuestra Virgen María, ya sea bajo la advocación de la Inmaculada Concepción o
nuestra querida Virgen de Las Nieves, que nos han acompañado en cada prueba y
en cada bendición estos últimos cinco siglos.
Y como la fe mueve
montañas, meses después de aquel fatídico incendio, con el trabajo de todo el
pueblo, poco a poco fue resurgiendo el nuevo templo.
La
primera piedra de esta iglesia de la Concepción se colocó el 18 de octubre de
1874, por el obispo don José María de Urquinaona, como manda la tradición
católica, en el lugar donde iba a situarse el altar mayor.
Los
primeros planos se recibieron en noviembre de ese mismo año, y comienza su
construcción entre finales de 1874, y principios de 1875, por lo que estamos
ante otra celebración, los 150 años de la iniciación de los trabajos de este
magnífico templo.
En
1875, el maestro de obras, don Francisco de la Torre y Sarmiento, encargado de
los planos y la dirección de la edificación, presentó los últimos,
correspondientes a la fachada. Se aprovecharon las piedras del antiguo templo
para construir los cimientos. La familia de Armas ofreció su horno de cal sito
en Las Nieves para la confección de dicho material, muy necesario en la obra.
La familia Manrique de Lara ofreció las piedras rojas de sus canteras en Las
Chovicenas, La Suerte y Las Longueras. Todo el pueblo colaboró para su
traslado, abriéndose caminos nuevos para las carretas y camellos que
transportaron los materiales.
Sobre
este maestro de obras, don Francisco de la Torre, es de destacar que, en 1863,
en vista del abandono y falta de decoro en que se encontraba el cementerio
parroquial, realiza el proyecto de cerramiento y de la sencilla pero elegante
fachada de nuestro campo santo.
Durante
los primeros meses de la fabricación del nuevo templo, el culto se trasladó a
la ermita de San Sebastián, donde se colocó la campana que se había salvado del
incendio de la antigua iglesia. En agosto de 1875, el culto se traslada a un
salón propiedad de José de Armas Pino, situado en la plaza Andamana, actual
plaza de Tomás Morales, por ser más amplio que la ermita.
Dada
la enorme dificultad económica que había; se hicieron rifas, bailes y toda
clase de eventos para seguir con la edificación del templo. Así podemos ver en
los libros de la junta de construcción la brillante ocurrencia del maestro Don
José Sánchez y Sánchez, que, en vista de que las columnas se habían quedado
estancadas en una altura de dos metros por falta de presupuesto, presenta un
proyecto, que consiste en que los particulares que financien con un donativo
uno de estos pilares hasta el capitel, sus nombres permanecerían en un cartel
adosado a la columna hasta la inauguración del templo, estableciendo el coste
de cada una en 80 pesetas de la época. La tradición oral dice que los nombres
se encuentran en el interior de las columnas en una botella.
El
14 de diciembre de 1878, se hace cargo de la parroquia el sacerdote don Juan
Valls y Roca, tomando un impulso las obras. El 2 de febrero de 1879, se
inaugura la primera capilla con la iglesia a medio hacer. Es tal el gentío que
acude, que no caben en el recinto, por lo que el cura solicita ampliar en dos
arcos más el proyecto, a lo que la junta de construcción accede.
En
1881, se decide sustituir el techo previsto de madera, por otro de piedra al
resultar más económico, el que vemos actualmente. El 8 de julio de 1892,
diecisiete años después de comenzar, se dan por concluidas las obras, siendo
recibidas por la junta diocesana.
No
podemos olvidarnos de que también celebramos los 145 años de la llegada de la
actual imagen de la Inmaculada, recibida en 1880, así consta en los libros de
actas de la junta de construcción, donde con fecha de 17 de mayo,
podemos leer; “Bajo
la presidencia del párroco Don Juan Valls y Roca, transmitimos el
agradecimiento a Don Francisco de Armas, residente en Puerto Rico, por la
donación de una imagen de la Virgen María en su purísima Concepción, de tamaño
real”.
A lo largo de estos 145
años, generaciones enteras han caminado por estas naves, han doblado las
rodillas ante su altar y han elevado sus oraciones al cielo, han venido a sus
pies para pedir su intercesión en momentos de dificultad, para agradecerle los dones
recibidos o para confiarle nuestros sueños y esperanzas.
Los tiempos en ocasiones no han sido fáciles para la iglesia, porque la fe, como la vida misma, a veces se ve zarandeada por los vientos de este mundo. Permítanme recordar, con respeto y sin afán de reabrir heridas, aquellos momentos en que nuestra parroquia se enfrentó a sombras por la intervención política. No fue un tiempo de paz, sino de prueba; un capítulo en que las decisiones humanas, con sus intereses y sus errores, quisieron interponerse en el sagrado latir de esta comunidad.
Pero, como siempre ha ocurrido bajo el amparo de Nuestra Señora, la fe de este pueblo supo resistir, demostrando que ni las tormentas terrenales pueden apagar la luz que arde en el corazón de quienes se refugian en ella, revelando la villa de Agaete que, el fervor religioso de un pueblo puede ser más fuerte que cualquier imposición gubernativa. Así quedó probado en aquella celebración de la procesión en honor a la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1931, cuya realización fue prohibida por las autoridades gubernativas. Sin embargo, la comunidad, en un acto de fe y resistencia, decidió llevarla a cabo pese a las restricciones impuestas.Días
antes de la festividad, la administración local recibió un telegrama oficial
del gobernador de la provincia, en el que se informaba de la prohibición de la
tradicional procesión. Las razones esgrimidas aludían a cuestiones de orden
público y seguridad, aunque muchos ciudadanos vieron en la medida un intento de
socavar sus creencias y tradiciones centenarias. Lejos de acatar la decisión,
los devotos comenzaron a organizarse, decididos a rendir homenaje a la Virgen
de la manera que habían hecho generación tras generación.
El
día señalado, al mediodía, los habitantes del pueblo se congregaron en las
inmediaciones de la parroquia, entonando cánticos marianos y rezando el
rosario. Con la iglesia llena a rebosar, el párroco, D. Juan Hernández
Quintana, en su homilía desde este púlpito advierte a los feligreses la
prohibición gubernativa de sacar a la patrona a la calle, formándose un
gran alboroto, decidiendo los presentes sacar la imagen y emprender el
recorrido por las calles principales como desde muchos siglos antes se venía
haciendo.
La
imagen de la Inmaculada, portada en andas por los voluntarios, avanzó con
solemnidad entre la multitud. El desfile religioso se desarrolló pacíficamente,
en un ambiente de recogimiento y profunda devoción.
convirtiendo
la procesión en un símbolo de la resistencia de la fe ante las restricciones
políticas impuestas. La manifestación espontánea y masiva dejó en evidencia el
arraigo de las tradiciones religiosas en la identidad del pueblo de Agaete y
generó un debate sobre los límites entre la autoridad gubernamental y la
libertad de culto.
Al finalizar el recorrido, la imagen de la Virgen fue devuelta a la parroquia entre vítores y aplausos. El evento concluyó sin incidentes mayores, pero con una clara lección para las autoridades: la fe de un pueblo no puede ser prohibida ni acallada con decretos. Más allá de la controversia, lo ocurrido reafirmó el compromiso de la mayoría de esta villa con sus valores espirituales y su determinación de preservar sus costumbres frente a cualquier adversidad.
El
incidente se saldó con una multa que impuso el gobernador civil al párroco;
curiosamente, fue el único que no asistió a la procesión, ni permitió que la
cruz alzada la acompañara.
En
junio de 1933, el alcalde Pepito Armas, en cumplimiento de las nuevas leyes
republicanas que pretenden secularizar la vida pública, incautó el cementerio,
hasta ese momento propiedad de la iglesia, solicitando al cura párroco la
entrega de las llaves del campo santo, llevándose a cabo el requerimiento el 20
de junio de 1933, entregando el propio cura al alcalde las llaves del
cementerio que pasó a propiedad municipal hasta 1936, en que le es devuelto a
la iglesia tras el golpe de estado del 18 de julio.
Si hoy miramos sin rencor y con gratitud el pasado, también debemos mirar con esperanza el futuro. Somos herederos de un legado sagrado, y nuestra misión es asegurarnos de que siga vivo en las generaciones venideras.
En este aniversario, no puedo dejar de recordar con especial cariño a nuestros hermanos inmigrantes, muchos de los cuales han llegado hasta aquí en condiciones difíciles y con un camino lleno de desafíos. Aunque para la mayoría su situación legal es incierta, no podemos olvidar que son hijos e hijas de Dios, dignos de respeto, compasión y fraternidad. Su esfuerzo y su esperanza nos conmueven y nos deberían enseñar a vivir con más humildad y solidaridad.
Debemos
seguir construyendo una comunidad donde reine el amor de Dios, donde los más
necesitados encuentren apoyo, donde los jóvenes descubran su vocación y donde
todos podamos crecer en la fe.
Llegando ya al final de este pregón, un humilde intento de ensalzar la memoria y el legado de los 510 años de nuestra querida congregación, no quisiera terminar estas palabras sin enviar un saludo y desearle una pronta recuperación a don Antonio Cruz y Saavedra, verdadero experto en la historia de nuestra parroquia, de cuyos trabajos he extraído algunos de los datos expuestos en este pequeño pregón.
Sigamos
con el mismo espíritu de nuestros antepasados, renovando nuestras creencias y
nuestra entrega al servicio de Dios, de los demás y de nuestro pueblo. Que
Nuestra Señora la Purísima Concepción, alcaldesa mayor y perpetua de nuestro pueblo, nos siga guiando con su luz y nos conceda
la gracia de mantener viva esta parroquia, no solo como un templo de piedra,
sino como un hogar de fe, esperanza y caridad.
Muchas
gracias y que la Inmaculada Concepción nos bendiga a todos.
JOSÉ
RAMÓN SANTANA SUÁREZ. -