Corría el año de 1900, una noche de mayo que nunca pudo precisarse, los jóvenes Justo Sosa Martín y Juan Suárez García, ambos comerciantes, vecinos del Valle de Agaete, se personaron en la casa del anciano Antonio Palmés Armas, acomodado propietario con negocios en la capital, sita en la calle Huertas de la villa, lo que conocemos como "por debajo de las casas". Al parecer las intenciones de ambos individuos era "hablar" con la guapa hija del anciano, María Palmés, de 25 años, costurera de profesión.
Al escuchar los toque, D. Antonio Palmés abrió la puerta, conocidas las intenciones, María Palmés se negó a las pretensiones de los tunantes, recriminándoles el anciano su actitud, negándoles la entrada, abandonando dichos individuos el lugar ante las amenazas de señor Palmés.
Momentos después, D. Antonio abandono su domicilio para dar un paseo por el pueblo, siendo visto por Justo y Juan, que sabiendo que María estaba sola, aprovecharon para volver a la casa. La casualidad hizo que el Sr. Palmés regresara a su domicilio y se volviera a encontrar a los dos individuos en la puerta, por lo que les dijo; ¿qué es esto y a estas horas?, en ese momento Suárez le dice a Sosa; "tírale, tírale", refiriéndose a que disparase su revólver contra el Sr. Palmés, efectuando Sosa un disparo que le penetra por la región escapular izquierda, espalda de D. Antonio, entrando el anciano gravemente herido para la casa, saliendo en ese momento su hija María, llamando a Sosa sinvergüenza, contestando este que si no se calla le pega otro tiro, insistiendo Suárez; "pégale otro y mátala", cerrando María la puerta.
Tres o cuatro días después, María, que no había denunciado los hechos, supuestamente por las amenazas de Sosa, pendenciero comerciante, pequeño cacique local que todo lo compraba, le había entregado una cuantiosa suma de dinero para comprar su silencio, se pone en contacto con el barbero del pueblo Francisco González Alemán, de 30 años, que además de cortar el pelo y afeitar, extraía muelas al vecindario, para que le extraiga la bala al agonizante Sr. Palmes, mediante el pago de una cantidad de dinero sin determinar. Operación que se lleva a cabo con el mayor sigilo y sin dar cuenta a la autoridad judicial, procurando ambos ocultarla.
El señor Palmés falleció a los pocos días, el médico no certificó la muerte y la Guardia Civil de Santa María de Guía se personó en el domicilio de la calle Huertas. Al observar y preguntar por la herida de la espalda, María les dijo que su padre lo que tenía era un "divieso", el viejo cabo de la benemérita, curtido en decenas de experiencias y esclarecimientos de asesinatos, rápidamente vio la señal inequívoca del agujero de una bala y no tardó en hacer confesar a María Palmés toda la verdad de lo ocurrido, precintando la casa a espesan de un registro judicial, procediendo a las primeras detenciones.
Personado el juez instructor del partido de Guía, ordena a la Guardia Civil el registro del domicilio, encontrándose una escopeta cargada, un trabuco y un puñal como objetos dignos de mencionar que quedaron a disposición del Juzgado.
Son detenidos por implicación en el asunto; como autor y cómplice Justo Sosa Martín y Juan Suárez García, comerciantes, como encubridores, María Palmés, costurera, Francisco González, barbero y José Rosario, cochero de profesión, todos naturales de la villa.
Posteriormente las investigaciones llevaron a detener en agosto a un familiar de D. Antonio Palmés, Fermín Palmés González, de 16 años, como presunto encubridor, la detención se efectuó a bordo del pailebot San Francisco, fondeado en Las Palmas, siendo trasladado a Guía, donde tras prestar declaración quedó en libertad.
El desenlace del crimen trajo en vilo a todo el pueblo de Agaete y a toda la sociedad de las islas, pues la prensa se encargó de ir dando las noticias y pormenores de las investigaciones, el morbo de la implicación de miembros de la propia familia, al menos en ocultar a los culpables, levantó sospechas sobre la implicación de la propia hija del Sr. Palmés en el asesinato de su padre, la cual cambio en varios ocasiones su declaración a lo largo del sumario. Y como no podía ser de otra manera en un pueblo acostumbrado a tomar partido por cualquier cosa, la villa se dividió en dos, por un lado los partidarios de que la culpa era de la hija y por otro los que la culpa era de Justo Sosa.
El 3 de diciembre de 1901, en la audiencia de Las Palmas, ante el tribunal del jurado comienza el juicio contra Justo Sosa y tres personas más, por el homicidio del Señor Palmés. El fiscal del caso es D. Prudencio Morales y Martinez de Escobar, los acusados contratan a los mejores abogados de la isla, D. Juan Melián y Alvarado, D. Juan Melo y D. Leopoldo Navarro.
Comenzó los debates el fiscal, tras un brillante alegato, retiró la acusación contra María Palmés, Juan Suárez y el barbero Francisco González, lo que sorprendió al público presente y a la prensa, que daba por hecho que la hija era la verdadera inductora del asesinato de su padre.
El abogado de Justo Sosa, hizo una brillante defensa del procesado, entrando al detalle del sumario, tratando de probar la inocencia de su defendido.
El fiscal terminó acusando a Justo Sosa, como autor de lesiones leves, ya que según los forenses la lesión de la bala fue leve, muriendo el anciano por otras complicaciones, solicitando para el encartado cuatro años de prisión correccional y un mes de arresto mayor. Cesando en ese momento el jurado por ser competencia de tribunal de derecho por razón de las penas solicitadas.
El desenlace del crimen trajo en vilo a todo el pueblo de Agaete y a toda la sociedad de las islas, pues la prensa se encargó de ir dando las noticias y pormenores de las investigaciones, el morbo de la implicación de miembros de la propia familia, al menos en ocultar a los culpables, levantó sospechas sobre la implicación de la propia hija del Sr. Palmés en el asesinato de su padre, la cual cambio en varios ocasiones su declaración a lo largo del sumario. Y como no podía ser de otra manera en un pueblo acostumbrado a tomar partido por cualquier cosa, la villa se dividió en dos, por un lado los partidarios de que la culpa era de la hija y por otro los que la culpa era de Justo Sosa.
El 3 de diciembre de 1901, en la audiencia de Las Palmas, ante el tribunal del jurado comienza el juicio contra Justo Sosa y tres personas más, por el homicidio del Señor Palmés. El fiscal del caso es D. Prudencio Morales y Martinez de Escobar, los acusados contratan a los mejores abogados de la isla, D. Juan Melián y Alvarado, D. Juan Melo y D. Leopoldo Navarro.
Comenzó los debates el fiscal, tras un brillante alegato, retiró la acusación contra María Palmés, Juan Suárez y el barbero Francisco González, lo que sorprendió al público presente y a la prensa, que daba por hecho que la hija era la verdadera inductora del asesinato de su padre.
El abogado de Justo Sosa, hizo una brillante defensa del procesado, entrando al detalle del sumario, tratando de probar la inocencia de su defendido.
El fiscal terminó acusando a Justo Sosa, como autor de lesiones leves, ya que según los forenses la lesión de la bala fue leve, muriendo el anciano por otras complicaciones, solicitando para el encartado cuatro años de prisión correccional y un mes de arresto mayor. Cesando en ese momento el jurado por ser competencia de tribunal de derecho por razón de las penas solicitadas.
La prensa alegó que en algunos momentos del sumario se trató de despistar a la justicia, para procurar la impunidad del verdadero delincuente, echándole la culpa a María Palmés.
El tribunal compuesto por los magistrados: Sr. Prieto, presidente, Sánchez Pesquera y Eloy Rodríguez, dicta sentencia, resultando condenado Justo Sosa como autor de disparo con arma de fuego, con resultado de lesiones leves, sobre la persona de D. Antonio Palmés, a la pena de un año, ocho meses y quince días de prisión.
La pena fue recurrida por la fiscalía al Tribunal Supremo, en recurso de queja, el tribunal la desestimó.
La familia Palmés siempre estuvo en el punto de mira de buena parte del vecindario como sospechosa de haber matado al patriarca, terminaron vendiendo sus fincas y casas de la villa, emigraron a Las Palmas y Cuba, donde hicieron fortuna en el negocio de los ingenios azucareros. Al morir en la Habana uno de los Palmés afortunados, dejó en testamentos a sus descendientes de apellido Palmés, un autentico tesoro valorado en decenas de millones de dólares de la época. La publicación de la noticia en la prensa y boletines oficiales en 1949, produjo el colapso del archivo parroquial de la villa, decenas de personas de apellido Palmés de todas partes de las islas se personaron en busca de documentos que les relacionaran con el difunto, al final la herencia se evaporó, parece que se la quedó la iglesia de la Habana que era quien custodiaba el testamento. De este hecho quedó un dicho durante muchos años en Agaete, ya perdido, relativo a cosas imposibles; "eso es como la herencia de los Palméses".
El tribunal compuesto por los magistrados: Sr. Prieto, presidente, Sánchez Pesquera y Eloy Rodríguez, dicta sentencia, resultando condenado Justo Sosa como autor de disparo con arma de fuego, con resultado de lesiones leves, sobre la persona de D. Antonio Palmés, a la pena de un año, ocho meses y quince días de prisión.
La pena fue recurrida por la fiscalía al Tribunal Supremo, en recurso de queja, el tribunal la desestimó.
La familia Palmés siempre estuvo en el punto de mira de buena parte del vecindario como sospechosa de haber matado al patriarca, terminaron vendiendo sus fincas y casas de la villa, emigraron a Las Palmas y Cuba, donde hicieron fortuna en el negocio de los ingenios azucareros. Al morir en la Habana uno de los Palmés afortunados, dejó en testamentos a sus descendientes de apellido Palmés, un autentico tesoro valorado en decenas de millones de dólares de la época. La publicación de la noticia en la prensa y boletines oficiales en 1949, produjo el colapso del archivo parroquial de la villa, decenas de personas de apellido Palmés de todas partes de las islas se personaron en busca de documentos que les relacionaran con el difunto, al final la herencia se evaporó, parece que se la quedó la iglesia de la Habana que era quien custodiaba el testamento. De este hecho quedó un dicho durante muchos años en Agaete, ya perdido, relativo a cosas imposibles; "eso es como la herencia de los Palméses".
El Agaete de principios del siglo XX
Justo Sosa Martín siguió con una vida desordenada y pendenciera, como diría mi padre que en paz descanse, era un "palanquín", fue detenido en varias ocasiones por la Guardia Civil, así sucedió en enero de 1905, fue detenido en Agaete por agredir con una piedra en la cabeza al vecino Antonio Abad Rosario. El 19 de marzo de 1909, es detenido por el siguiente incidente: "al encontrarse en Agaete
los jóvenes D. Justo Sosa y Martín
y don Matías Álamo Armas, ambos
receptores del negocio de embarque
de tomates, tuvieron una conferencia
relacionada con aquel negocio; que
de esta conferencia resultaron palabras
más o menos ofensivas, sucediendo
que, bien por temor, bien por
lastimarse el amor propio, se fueron a las manos, terminando el accidente
por asestar el primero al segundo
tres puñaladas con arma blanca."
En noviembre de 1912, Justo es detenido por la Guardia Civil al agredir con un cuchillo en Arúcas al vecino Juan Ramos Jiménez, produciéndolo una herida de grandes dimensiones en la cara afectándole a una de las arterias.
Parece que la desordenada vida de Justo, los problemas y amenazas que recibía le hicieron poner tierra por medio emigrando a América, al parecer a Argentina.
En 1937, está desaparecido o ausente, así consta en la esquela a tres columnas que publica el diario la Provincia, tras fallecer su madre que debía de ser bastante pudiente, Doña Petra Martín González.
Bibliografía consultada; la prensa de la época a través del portal Jable de la ULPGC.
En noviembre de 1912, Justo es detenido por la Guardia Civil al agredir con un cuchillo en Arúcas al vecino Juan Ramos Jiménez, produciéndolo una herida de grandes dimensiones en la cara afectándole a una de las arterias.
Parece que la desordenada vida de Justo, los problemas y amenazas que recibía le hicieron poner tierra por medio emigrando a América, al parecer a Argentina.
En 1937, está desaparecido o ausente, así consta en la esquela a tres columnas que publica el diario la Provincia, tras fallecer su madre que debía de ser bastante pudiente, Doña Petra Martín González.
Bibliografía consultada; la prensa de la época a través del portal Jable de la ULPGC.
ESPECTACULAR ME ENCANTA AMIGO
ResponderEliminarMi maravillosa familia
ResponderEliminarTengo como primer apellido Palmes, es dificil rastrearlo, no hay muchos y parece no estar clara su procedencia.
ResponderEliminarA principios del siglo XX era muy común el apellido Palmés en Agaete. Fue desapareciendo al trasmitirse por vía materna y la emigración. Parece que el origen puede ser la isla de La Palma.
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